Justicia y miedo
Como español viejo, la palabra justicia me pone los pelos de punta. Y todas las que se le incorporan: tribunales, abogados, jueces y todo lo demás: llenaría la columnilla de términos inquietantes. Digo español viejo y no cristiano viejo porque no lo soy, ni sé lo que fueron los míos en tiempos de Inquisición ni qué decidieron a la luz de las hogueras: convertirse, claro. Yo sé lo que se me vino encima en la última Cruzada, y me voy librando como puedo. Ahora que la denuncia del Gobierno central al vasco entra en el Constitucional, cuyo presidente dice que Cataluña era franquista, los musculillos horripiladores se ponen otra vez en funcionamiento; más cuando leo que Atutxa puede ser procesado y encarcelado.
Allá ellos: lo que me preocupa es que, a veces, opino; y veo lo que va pasando con los que creen que el texto de Ibarretxe no es excesivo, ni separatista, ni totalitario: los van diezmando. Yo tengo la ventaja de que tengo esbirro propio que me azota la espalda mientras camino, y los demás sayones apenas se fijan: me dejaron por imposible. Así y todo, da un poco de miedo decir que el juego de aislamiento del "entorno de ETA", la ampliación del enemigo terrorista a los que no son, es un juego peligroso, y que la última frase gubernamental que explica que los vascos no tienen derecho a la autodeterminación y sólo lo tienen los españoles me preocupa un poco. No por mí: yo sé que nadie tiene derecho a la autodeterminación, ni siquiera los españoles, ni siquiera Aznar, que tiene unas obediencias, sino por los propios vascos. Siempre he creído que lo tiene todo el mundo: derecho, se entiende, no realidad. Y siempre he opinado que las independencias de fragmentos de la península no son buenas, o incluso son dañinas: no para la península, sino para esos fragmentos, si se pudieran desprender.
Será que yo no creo en los países más que como juegos de recuerdos, culturas, sabores, leyendas, palabras: mucho, pero sin ninguna relación con las clases sociales. Esto aparte: la política, arma al brazo y penal en el horizonte que plantea Aznar, me parece, con todos los respetos que merece su cargo, brutal, atroz y arriesgada. Es larga y el tema vasco es un síntoma: cualquier detalle, la evicción de los gitanos por Gallardón de un local que ocupaban en Madrid, el abandono de nuestros presos en Salónica -protestaban de la globalización-, el lenguaje triunfalista para Irak o el Prestige, y diseñan bajo qué ogros estamos.
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