69 parejas se ofrecen para acoger a niños desamparados
17 chavales ya viven con sus 'padrinos' mientras sus progenitores estabilizan sus vidas
José Antonio González y Conchi Carmona se hicieron padrinos a través de un anuncio. No hubo bautizo porque ni siquiera conocían a sus ahijados (dos hermanos de ocho y nueve años). Se enteraron, a través de un programa de televisión, de que la Consejería de Servicios Sociales solicitaba personas o parejas para acoger a niños que deben abandonar temporalmente su hogar por los problemas de sus progenitores (falta de vivienda y trabajo, baches psíquicos...). Y ellos, como otras 68 familias, respondieron a la campaña Se buscan familias paraguas ofreciéndose para guarecer a estos chicos y evitar que tengan que vivir en residencias de menores desamparados.
Por ahora sólo hay 10 familias que tienen niños acogidos (17 en total), pero el resto permanecen disponibles para cuando sean necesarias.
José Antonio, de 33 años, y Conchi, de 29, tienen claro que los dos niños que han acogido no son ni serán nunca sus hijos y que, en menos de dos años, volverán con su madre, con la que mantienen una relación constante. "Queremos tener nuestros propios hijos. Pero como nos gustan mucho los niños siempre hemos pensado que estaría bien ofrecer nuestro hogar a algún chaval que lo necesite", explica este matrimonio de Guadarrama.
En abril conocieron a Luis y Juan (nombres ficticios), sus dos ahijados. "Nos habían dado cursos para explicarnos en qué consisten estos acogimientos, pero el día en que íbamos a conocer a los niños estábamos nerviosos como flanes, sientes que el corazón se te sale. En quince días ya vivían en nuestra casa, es un plazo rápido, pero nos explicaron que lo que se pretende es que los niños pasen poco tiempo en el centro de primera acogida de Hortaleza", añade esta mujer que se dedica al cuidado de los pequeños y de un tío suyo anciano y enfermo. Su esposo regenta una agencia de viajes.
"Yo, por mí me los hubiera traído a casa el segundo día, pero comprendo que ellos tienen que irse adaptando a la nueva situación porque no se trata de que vengan y se queden quietos y acobardados", reflexiona Conchi. Pero eso no sucedió con Luis y Juan, que en cuanto conocieron su nueva habitación la hicieron suya y se pusieron a jugar.
Gisela Cutanda, la madre de los pequeños, de 35 años, hizo todo lo posible para no separarse de ellos. Pero al final los problemas se le acumularon formando una montaña insalvable. Montó un cibercafé, pero no funcionó y se quedó sin dinero, llena de deudas y sin empleo. Como no podía pagar el alquiler de la casa donde vivían tuvo que hacer frente a un desahucio y, por si fuera poco, su salud se resintió y acabó ingresada en el hospital.
Sin familia en Madrid y sin apenas amigos después de vivir en Panamá durante ocho años, vio como única solución dejar a sus niños en guarda en alguna residencia de menores. "Yo me resistía a llevar a mis hijos a un centro porque no me parecía bueno para ellos, pero no tenía otra opción. Cuando me hablaron de la posibilidad de que estuvieran con una familia al principio dudé porque me daba miedo que la cogieran cariño y no quisieran volver conmigo, pero luego vi que estarían mejor que en un centro", explica Gisela.
No se arrepiente de la decisión tomada porque ve que José Antonio y Conchi quieren a sus niños y ella dispone de tiempo para buscar casa y trabajo. Día a día lucha por remontar el bache para que los chavales puedan regresar con ella. En la actualidad, sólo le permiten pasar con ellos una hora a la semana, un tiempo que poco a poco se irá incrementando.
"Busco trabajo, pero es todo muy difícil porque la vivienda está muy cara y en algunas empresas te ofrecen sueldos de 670 euros al mes que no te llegan para nada. También solicité un piso al Instituto de la Vivienda de Madrid (Ivima), pero no he conseguido nada", añade. Sus estudios de informática no le sirven de mucho en medio de un mercado laboral precarizado y con los precios de la vivienda por las nubes.
Maribel Martín, coordinadora de este programa de acogimientos temporales en la Fundación Meniños (902 22 07 07), explica que de los 17 chiquillos que han hallado un hogar a través de él, la mayoría son hijos de familias monoparentales como la de Gisela, con madres de escasos recursos que tienen que sacar adelante ellas solas a sus vástagos. Y casi todas de origen inmigrante.
¿Pero no sería mejor ofrecerles más ayuda a estas mujeres en vez de buscar una familia de acogida para sus hijos? Martín reconoce que las ayudas sociales siempre están por debajo de las necesidades, pero considera que el problema de estas familias no se resuelve sólo facilitándoles, por ejemplo, un alquiler barato.
José Antonio y Conchi saben que el día que tengan que separarse de sus dos ahijados lo van a pasar mal. Pero dan por bueno lo vivido con ellos hasta ahora. "Lo que te aportan día a día no tiene precio porque han llenado de alegría nuestra casa", aseguran con la esperanza de que su papel de padrinos no finalice cuando los niños vuelvan por fin con su madre.
Solidarios de clase media
La coordinadora del programa de la Fundación Meniños, Maribel Martín, explica que los contratos de acogimiento de los niños por parte de familias se suscriben por seis meses, pero se pueden ampliar, si es necesario, hasta los dos años.
"A las familias biológicas sólo les pedimos tiempo para atender a los niños y una estabilidad psíquica y económica. Suele ser gente a la que le mueve la solidaridad, la mayoría de clase media-baja", explica, y añade que se les facilita una ayuda de 300 euros mensuales para la manutención de los niños. En estos acogimientos es imprescindible que los padres biológicos den su consentimiento. "Esa voluntariedad está facilitando mucho la relación entre las familias naturales y las de acogida", añade.
"Las familias naturales suelen tener que remontar un cúmulo de problemas variados, no sólo una falta de vivienda o de trabajo, por eso lo mejor es que dispongan de tiempo para todo ello mientras sus hijos están bien cuidados por otras personas", argumenta Martín.
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