Torbellino maño

Irrumpió la París sin compañía en escena, atacó Pa mi genio en cuclillas sobre su darbuka y el patio de butacas era ya un hervidero. Tiene esta mujer incandescente un temperamento sobre las tablas como no se recordaba en años, una mezcla de poderío y desparpajo que constituye una de las más gratas sorpresas del panorama patrio. Y tiene París, sobre todo, una voz descomunal, una garganta privilegiada que le permite moldear cada frase, estirarla y retorcerla con la permanente sensación de andar sobradísima.

La zaragozana ha sabido articular en torno a la jota un discurso preclaro y radicalmente novedoso, que nunca duda en hermanar las geografías aragonesas con las magrebíes, brasileñas o rioplatenses. En directo, además, ha logrado deshacerse de ese aire aketamado que engordaba sin necesidad su disco de estreno, y ahora todo suena mucho más fresco, espontáneo, natural. Temas tan notables como En mi pecho, El mundo que te rodea o Savia nueva lo agradecen.

Estrenó un adelanto de su segundo disco, La chata mandinga, y volvió a desatar los resortes del entusiasmo con Porque quiero, pieza de autoafirmación orgullosa y hermoso canto al amor propio. Tras muchos años de oficios menores, este torbellino maño irrumpe, por fin, en los escenarios que por derecho le corresponden. El talento se toma su tiempo, pero siempre termina haciéndose justicia.