Una zarzuela de 1718

La música barroca española está de enhorabuena con intérpretes como Eduardo López Banzo. Es un fenómeno, de verdad, y su dedicación a la zarzuela de esa época lo atestigua. El director y clavecinista zaragozano está obsesionado con hacer un tipo de espectáculo que transmita emoción al espectador actual sin renunciar a la fidelidad de las raíces. Sabe que eso hay que inventarlo, pero esa invención la fundamenta en un estudio riguroso de la tradición, que se manifiesta en la pulcritud de la sonoridad sin caer en ningún tipo de fundamentalismo, y se potencia por una tensión interna, por una energía, verdaderamente irresistibles.

La recuperación de Júpiter y Seméle se estrenó en San Francisco, viajó a Berlín, con un extraordinario éxito, y después se presentó en Barcelona. La versión semiescenificada que anteayer se pudo ver en San Sebastián inauguró ayer el Festival Mozart de A Coruña, y viajará antes de octubre a La Granja, Bilbao, Madrid, Oviedo y León, entre otros lugares, antes de iniciar en 2004 una gira por los Países Bajos. Es un espectáculo, pues, de carácter itinerante, cuya dialéctica primera está en la confrontación de una cantante y una actriz en los papeles que dan título a la obra. Los ecos del texto del teatro del Siglo de Oro español se enfrentan a una vena lírica en cierto modo italianizante para desarrollar una zarzuela primitiva, con un equilibrio certero entre lo popular y lo culto. Marta Almajano cautiva desde el canto, Virginia Ardid despierta admiración desde su dicción teatral.

La versión de Júpiter y Seméle es, sencillamente, ejemplar. Eduardo López Banzo extrae un rendimiento prodigioso de todos y cada uno de los instrumentistas. Un ejemplo: la precisión y gracia de Luz Martín León-Tello a las castañuelas.

La zarzuela barroca es, con estas premisas interpretativas, un descubrimiento para el espectador del siglo XXI. El esfuerzo de López Banzo sobrepasa lo específicamente musical para convertirse en un hecho cultural de primera magnitud.