De seis a siete años para que la naturaleza empiece a respirar
La experiencia del 'Erika' demuestra que el fuel del 'Prestige' tardará mucho en desaparecer
En treinta y cinco años se han derramado accidentalmente en las costas francesas más de 700.000 toneladas de hidrocarburos. Un desastre que la naturaleza ha terminado casi siempre por superar con la ayuda obstinada de cientos de voluntarios abrumados por la tarea. Basta con recordarlo: Torrey Canyon, en 1967; Amoco Cádiz, en 1978; Exxon Valdez, en 1989; Erika, en 1999, y Prestige, en 2002, por citar sólo los más famosos.
El guión ha sido, con algunas variantes, siempre el mismo. Igual que sus consecuencias. Kilómetros de costas manchadas. Una fauna y una flora debilitadas, o masivamente destruidas. La magnitud de los efectos y de las consecuencias depende del lugar del naufragio, del tiempo, de las corrientes, de la forma del litoral y, sobre todo, de la naturaleza real de la carga. Fuel ligero en el caso del Amoco Cádiz. Residuos pesados procedentes de la destilación de hidrocarburos ligeros en el Erika. Una mezcla semejante a la del Prestige.
La historia se repite, y con ella la de los investigadores que tienen el encargo de estudiar la situación y evaluar el futuro de estas contaminaciones. ¿Durante cuánto tiempo? No mucho. "En nuestras latitudes, es suficiente un plazo de seis o siete años para que desaparezcan casi todas las huellas de la catástrofe", señala Lucien Laubier, director del Instituo Oceanográfico francés.
Pero esta vuelta al equilibrio tiene un precio. Siempre pesado. Puede ser inmediato, como en el caso del Amoco Cádiz, cuyas bodegas contenían 223.000 toneladas de un petróleo bruto ligero, volátil y muy tóxico, a las que se añadían 4.000 toneladas de fuel pesado. En dos semanas, fauna y flora quedaron fulminadas. Las muestras tomadas en las costas manchadas por la contaminación mostraron que sólo en la playa de Saint-Michel-en-Grèves fueron expulsados a la costa 25 millones de cadáveres de invertebrados -erizos, navajas, berberechos, almejas, cangrejos...- junto a "una gran cantidad de crustáceos anfípodos". Sobre una superficie de unas 220.000 hectáreas, habían quedado destruidas 260.000 toneladas de biomasa.
Semejante fulminación no debería darse con el Prestige. ¿La razón? La naturaleza de su carga: un fuel pesado parecido al que transportaba el Erika. La experiencia ha demostrado que este tipo de producto no desaparece rápidamente. "Desde luego, una parte del fuel pesado es biodegradado por la flora microbiana -bacterias, levaduras, hon-gos- presente en el medio marino", explica Jean Oudot, profesor e investigador del Museo de Historia Natural. "Esta flora, en efecto, se alimenta del carbono de esas moléculas hidrocarbonadas y expulsa el resto en forma de dióxido de carbono y productos de degradación".
Operación biológica
Pero esta operación biológica, que depende de la temperatura del medio, de su oxigenación y de la presencia, importante o no, de elementos nutritivos que favorecen el desarrollo de la flora, "sólo hace desaparecer entre el 10% y el 15% de los fueles pesados". Con la gasolina y el queroseno ocurre lo contrario. Son completamente biodegradables en unas semanas, o en unos meses. Para el gasóleo, el porcentaje es del 85% al 90%. Para el petróleo varía entre el 30% y el 70%.
¡Entre el 10% y el 15%! Una mínima parte del total. Entonces, como sugieren algunos, ¿hay que ayudar a la naturaleza para que vaya más deprisa? Jean Oudot es tajante. El uso de productos de dispersión para transformar el fuel pesado en emulsiones finas no surtiría un gran efecto, como tampoco lo tendría el sembrar el medio marino de microorganismos (esto, además, nunca se ha probado a gran escala), o esparcir fertilizantes destinados a favorecer el crecimiento de la flora microbiana.
¿Y qué pasa con lo demás? "Hay resinas, polímeros (asfálticos), policílicos saturados y aromáticos pesados que, a escala humana, prácticamente no se mueven", recuerda Jean Oudot. "Estos residuos son muy inertes y poco tóxicos a priori. Pero forman una especie de humus sucio, molesto a la vista y poco estético, que se encuentra en forma de bolitas y discos que la marea trae con regularidad o de placas negras que cubren las rocas".
Los rayos ultravioletas pueden romper una parte de estas moléculas, pero la única medida realmente eficaz con este tipo de productos, insiste el investigador, es recogerlos y destruirlos después por combustión. Un trabajo largo y nada sencillo, a juzgar por los efectos del Erika, de los que aún estamos lejos de habernos librado.
© Le Monde / EL PAÍS

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