'Puenting'
La palabra 'puentear' se utiliza ahora mayormente para describir la acción de saltarse los eslabones de la cadena jerárquica. Desde abajo, desentenderse de uno o más niveles de superioridad para dirigirse decididamente a la cabeza. Lo que viene a ser sinónimo de descartar lo segundo y aspirar sólo a lo primero. Lo que podría explicarse también como una manera de reconocer el valor de lo principal y la consecuente inutilidad de lo accesorio.
Además, hemos convenido en llamar 'puentes' a estos asuetos que el calendario azarosamente dilata. El nombre no me puede parecer más apropiado. No sólo por la ingeniería de la imagen, que es conversión de la frontera laboral en ribera, playa, orilla. Sino también por lo que señalaba al principio, por el puenteo, por la posibilidad que el descanso -que es tiempo y hueco entre los pensamientos, vacante mental- nos ofrece de conectar directamente con lo primordial, prioritario o previo, con lo que, para cada uno de nosotros, cuenta más.
Aunque la verdad es que deslindar lo principal, distinguirlo de lo secundario es tarea difícil. Tanto que se nos suele pasar la vida en el intento. Decidiendo, errando, rectificando a destiempo, consolándonos con el 'más vale tarde', confiando en haber acertado por fin esta vez, en haber separado con tino el grano de la paja; aunque luego suele resultar que no y vuelta a empezar, decidir errar, rectificar. Y seguir así, cobijándonos en el convencimiento de que siempre nos quedará el puenteo. En la esperanza de que llamar directamente a la puerta primera supone resolver.
Por eso esta columna podría titularse también 'pura alegría', porque hay soluciones que pasan por ese umbral, por el puro, primigenio placer de estar contentos. Y hace unos días, Luis Daniel Izpizua lo recordaba en este mismo espacio; reivindicaba el 'gozo irrenunciable', 'la respuesta gozosa' contra el fastidio institucionalmente impuesto -otro impuesto-, la insumisión en forma de 'dejadnos disfrutar en paz'. Suscribo. Y me apunto.
Que nos dejen disfrutar en paz. Que estamos de puente. Que nos pase por debajo su río de aguas partidas, corruptas, gaseadas; sus guerras, sus escisiones, sus ambiciones que sólo son codicias; los virus mezquinos, interesados, que pretenden inocularnos; la herencia de rencillas y sorderas que describen como nuestro patrimonio. Que nos dejen disfrutar en paz ellos. Todos esos que jamás puentean simplemente porque están convencidos de que no lo necesitan. De que ellos son la instancia principal, la que detenta la verdad primera, es decir, última, es decir, el ultimátum de la verdad.
Que nos dejen disfrutar en paz. Lo primero es el gozo, lo recordaba sabiamente Luis Daniel, y yo me apunto; porque es democrática y plural opción donde las haya. Que cada uno disfruta a su manera, autodeterminada, detallista, convencida. Y me voy a permitir concluir estas líneas hablando de la mía. Muy brevemente eso sí, que no quiero entorpecer ni apropiarme del modo suyo de gozar, amable lector que ha llegado a este punto. Muy relajadamente, que el gozo a mi manera tiene mucho que ver con el paseo. Con echar a andar sin más, sin ruta ni objetivo.
Camino, miro, escucho, pienso sin meta, sin buscar. Porque me he dado cuenta de que sólo de esta manera cada encuentro podrá ser un hallazgo. Y sigo andando y cruzo pasos, miradas, compartimentos de aire, de tiempo, y el vaivén me devuelve de pronto esta pregunta, ¿por qué la gente ha dejado de silbar por la calle? Y eso me hubiera parecido irrelevante entre semana. Pero ahora no, en absoluto. En el puente(o) entiendo hasta qué punto ese detalle silencioso, esa ausencia resulta fundamental.
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