Metabolismos

En mi colegio había un chico que levantaba pesas y que se zampaba tres o cuatro bocadillos de tocino en el recreo, pese a lo cual carecía de masa muscular y pesaba 30 kilos. En la fiesta de recogida de fondos para los viajes de fin de curso lo presentábamos al público devorando un plato tras otro, como un espectáculo de barraca de feria. El rincón del patio en el que actuaba él estaba siempre lleno de curiosos, pues habíamos hecho correr la voz de que, lejos de tener la solitaria, él mismo era una solitaria vagamente parecida a un niño. Y quién sabe, porque su cabeza era idéntica a la de la tenia que venía dibujada en el libro de Ciencias Naturales y su tórax parecía estar formado por anillos. Sus padres no se oponían a que lo exhibiéramos de ese modo cruel con tal de que comiera gratis, pues por lo visto era una verdadera ruina.
Me he acordado de Paco (que así se llamaba) al leer estos días los comentarios que han hecho sobre Aznar algunas de las personalidades de la cultura que cenaron con él el sábado pasado, en Barcelona. No eran juicios nuevos, pues ya otras personas que han gozado de su intimidad han salido asombradas de la calidad y la cantidad de sus lecturas poéticas. Pero se trata casi siempre de un asombro parecido al que mostraban los espectadores de mi compañero de colegio. ¿Cómo es posible, parecen preguntarse, que alimentándose de Cernuda, de Eliot, de Salinas, de Góngora o de Gimferrer tenga opiniones tan pintorescas sobre la inmigración, la mujer, la delincuencia, los niños, el déficit cero o la bandera?
Es un misterio, desde luego, pero sus admiradores no le hacen ningún favor cuando salen del restaurante con las manos en la cabeza, espantados de todo lo que ha leído sin provecho. Nos pasa algo parecido con Federico Trillo, que es un devorador de Shakespeare. Cualquiera sabe que una persona con un poco de paladar no puede volver al vino de tetrabrick después de haber probado el Vega Sicilia. Trillo, sin embargo, lee indistintamente a Shakespeare y a Escrivá, que es el tetrabrick de las letras, con una naturalidad que pone los pelos de punta. Hagan algo para que estas cosas no se sepan. Y un abrazo donde quiera que estés, querido Paco.
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