Rostro jovial para García Lorca
Una gozada con mucho arte. Ortiz Nuevo ha recurrido a Lorca una vez más, barajando los textos a su manera y buscando el rostro más jovial del poeta. Una reunión informal en la Huerta de San Vicente, que dura poco más de una hora, en la que los personajes, además de comer sabrosa fruta, se entregan a diversas ocurrencias artísticas.
Todas llenas de arte, de imaginación, de humor. Sin alardes, sin ninguna concesión a lo espectacular, esta media docena de flamencos de verdadero talento cuajan una pequeña obra maestra cuyo hilo conductor es la palabra de Ortiz Nuevo, dicha con la convicción con que en tiempos él mismo incorporaba a Pericón de Cádiz, por ejemplo.
Javier Barón hace un excepcional trabajo. Bailar solo, incluso sin música, a veces con el acompañamiento de la palabra recitada sin más, a veces con las percusiones de un humilde cántaro manejado por las manos brujas de Soler, es muy difícil, una verdadera hazaña. El bailaor no tiene defensa alguna, y ha de dar el baile a cuerpo limpio. Barón lo hace con inspiración, ejemplar sencillez y extraordinaria clase. No se escuda en zapateados abusivos ni en cualquier otro recurso de dudosa legitimidad. Una lección.
Dime
Baile: Javier Barón. Invitado: Diego Carrasco. Cante: Juan José Amador. Toque: Javier Patino. Percusión: Manuel Soler. Recitador: José L. Ortiz Nuevo. Dirección: Pepa Gamboa y Belén Candil. Teatro Central, Sevilla, 9 de septiembre.
Soler, una vez más, es ese artista plural que lo hace todo y todo lo hace bien. En esta ocasión, además de en las percusiones y el baile, se explaya haciendo unos diálogos del Don Perlimplín lorquiano. Y sin dejar de ser él, Soler, con su definida personalidad. Tampoco Diego Carrasco tuvo que enmascarar la suya para comparecer con cante, toque y compás en interpretaciones que le van como anillo al dedo; una, incluso, Oliva y Naranja, de su propio repertorio. Excelente también Amador, gran cantaor y responsable en esta obra de la adaptación de los textos al cante. Y en el toque, un joven, Javier Patino, jerezano que supo mantener el tipo holgadamente.
Este Dime, pues, es una obra llena de frescura e inventiva, con humor de buena ley y arte de muchos quilates. Gamboa y Candil la dirigen sin necesidad de violentar en ningún momento el fluir natural de lo que ocurre en el escenario, lo que siempre es un índice inequívoco de buen hacer. Lo dicho, una gozada.
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