Mundo cruel
Es necesario poseer un enorme talento para obtener el resultado que Quim Monzó (Barcelona, 1952) alcanza con su literatura: arrastrar al lector de la primera a la última página de sus libros, haciéndole creer que está leyendo sin ningún esfuerzo una historia escrita en su mismo lenguaje, pero sin halagarle, sin caer, jamás, en la tentación de hacerle sentirse ufano por entrar en el texto que le propone. Indudablemente, hay que tener un dominio absoluto del género para lograrlo, y Monzó demuestra tenerlo. Como los grandes maestros del relato, Monzó atina en hacer entrar al lector en un mundo conocido, familiar, para hacerle descubrir algo que, antes, no sabía; algo, por lo general, desconcertante, ya sea atroz (como los cuentos titulados Mi hermano, cuyo protagonista carga a diario con el trabajo de vestir y mover el cadáver de su hermano para que los padres no adviertan su muerte ni acusen tan penosa pérdida, y La vida perdurable, donde se narra los avatares de familia cuyos miembros van sucumbiendo al cáncer) o brutal (El accidente, en el que un hombre es bestialmente linchado, masacrado, tras un accidente de coche, por viandantes aparentemente civilizados que, de pronto, descargan en él toda la agresividad de su condición animal) o insospechado (el devastador efecto capaz de provocar determinados usos del lenguaje, en Mamá) o cruel (El niño que tenía que morir, visión desmitificadora de la dulce infancia). A partir de una descripción exacta, minuciosa, de elementos y hechos de la vida cotidiana, Monzó va penetrando en una realidad que, aparentemente anodina, se revela fuente de los mayores sinsentidos o, en algunos casos, de sinsabores irremediablemente ligados a la naturaleza humana, deslizándose, con una facilidad pasmosa, hasta profundidades vertiginosas. Con un dominio magistral de los contrastes entre las zonas oscuras, casi negras de la existencia y el conmovedor apego a la vida, sus criaturas, la mayoría de las veces presentadas como de lo más común, se van revelando protagonistas abocados a destinos terribles, vividos en absoluta soledad. Con una fuerte carga de humor excelentemente dosificado, que en ocasiones mueve a la risa y otras a la amarga sonrisa, Monzó convierte la realidad cotidiana de sus personajes en un ámbito más peligroso, incierto, inseguro, amenazante y desconocido que la delirante irrealidad.
EL MEJOR DE LOS MUNDOS
Quim Monzó. Versión del autor Anagrama. Barcelona, 2002 237 páginas. 13,50 euros
Los siete cuentos de la primera parte de El mejor de los mundos y los seis de la tercera y última están separados por una nouvelle que es una verdadera pieza maestra: El rey de Suecia. Su protagonista, un poeta catalán que vive pendiente de recibir el Premio Nobel, es una creación absolutamente magistral. Amargós, el poeta protagonista de esta historia, pertenece a la naturaleza literaria del profesor Klein, el genial protagonista de Auto de fe, de Elias Canetti, aunque El rey de Suecia no guarda ninguna relación argumental con dicha novela. Los avatares que alteran la neuróticamente metódica vida diaria de Amargós (obsesivo, rígido e inflexible, orgulloso de su estricto proceder y de su altiva soledad) al cambiar de piso para ir a vivir a un edificio habitado por una suerte de secta de seres dotados de escasa estatura, que le impiden instalar un fregadero situado a una altura superior a la medida estándar, resultan brillantemente hilarantes. Con este volumen de relatos, Quim Monzó satisface a quienes le tenían ya por uno de los mejores cultivadores del género no sólo en el ámbito peninsular, sino en el de las distintas literaturas hispánicas.
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