El jazz de los antípodas
Hasta los años cuarenta, Australia se conformaba con importar discos y conciertos de los gigantes estadounidenses, pero el renacimiento del dixieland avivó el interés autóctono y algunos nombres locales consiguieron hacerse oír incluso fuera de sus fronteras. Las crónicas cuentan, por ejemplo, que el pianista y director de orquesta Graeme Bell llegó a tocar en Japón y Corea dentro de una filosofía eminentemente conservadora que el lema de sus giras, 'jazz for dancing', reflejaba sin disimulo.
En los cincuenta, los saxofonistas Erroll Buddle y Dick Healey se propusieron hacer patria fundando el Australian Jazz Quartet, grupo que incluso grabó una estimable serie de discos para el sello estadounidense Bethlehem. La originalidad no era su fuerte, pero tenía oficio, dos características que también definen al excelente guitarrista Ike Isaacs, al saxofonista Dave Barlow -el único australiano que ha tenido el honor de colaborar con los Jazz Messengers del batería Art Blakey- y al trompetista y cantante Vince Jones, nacido en Escocia, pero formado en tierra de canguros. La revista especializada Jazziz definió a este último como uno de los secretos mejor guardados de Australia, aunque si de joyas de los antípodas se habla, ninguna más refulgente que James Morrison.
Nacido en 1962, a Morrison se le apoda El Mago de Oz. Se inició con la corneta, pero es capaz de sacarle sonidos armoniosos a cualquier artefacto susceptible de ser soplado, percutido o pulsado. Su técnica con la trompeta y el trombón raya lo prodigioso, y es lógico que en su país se le considere una gloria nacional porque también es un célebre piloto de carreras. Su pericia musical le ha permitido tocar con la misma autoridad música sinfónica en el londinense Covent Garden que jazz en la americana Phillip Morris Super Band.
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