Ética, pero... ¿qué ética?
Cuando hablo de temas de ética con directivos y empresarios, es frecuente que alguno me diga: 'Está muy bien eso de ser ético, pero ¿qué ética? Porque hoy en día corren por ahí muchas teorías y todas dicen ser la mejor, la más acertada, para ser éticos en el mundo de los negocios, o en la familia, o en la sociedad civil.
Tienen razón. Hay muchas escuelas de ética y no es fácil discernir cuáles son adecuadas y cuáles no. Pero es posible. Les suelo decir que, si tuviésemos infinitos años de vida y los costes de nuestros aprendizajes fuesen nulos, acabaríamos siendo todos éticos. Por ejemplo: ¿es bueno drogarse? Probémoslo y, si al cabo de los años nos damos cuenta de que no era la decisión adecuada, optemos por abandonar la droga. Y si nos quedan todavía muchísimos años de vida y nuestra adicción no ha dejado secuelas en nosotros ni ha causado daño a los demás... ¡bravo! Hemos aprendido a dar un paso hacia nuestra plenitud humana sin consecuencias graves.
'Numerosos estudios han encontrado que los divorciados tienden a tener menos felicidad y mayor riesgo de muerte'
Pero... lo malo es que esos aprendizajes no son gratuitos y, cuando queramos cambiar, es probable que no nos quede tiempo. Si he tomado decisiones equivocadas respecto de la droga, quizá me he hecho mucho daño a mí y a los demás, y no es tan fácil desengancharse. El 'no pasa nada' no es verdad. Por eso es importante fijarnos en la experiencia, que eso es, en definitiva, lo que debe hacer la ética: ofrecernos la experiencia de unos cuantos miles de generaciones acerca de lo que es bueno o malo para nosotros y para la sociedad.
Déjenme que me refiera a un aspecto concreto: el tratamiento del divorcio. Nuestra sociedad, de corte individualista, se ha fijado sobre todo en el principio de autonomía: el divorcio es algo que afecta a dos personas y debe resolverse de acuerdo con el principio que reconoce la máxima autonomía a las partes interesadas, frente a otras escuelas que han venido poniendo énfasis en el bien común, es decir, que consideran que el matrimonio es cuestión de dos y pico (el pico son todos los demás).
Cayó en mis manos, hace unos días, un artículo escrito por un economista norteamericano sobre los resultados de la ya abundante experiencia que hemos ido adquiriendo sobre la disolución del matrimonio, la cual nos pueden ayudar a entender si hay una ética mejor que otra, al menos en este campo. Traduzco algunos párrafos de ese trabajo: 'Numerosos estudios han encontrado que, en comparación con las personas que permanecen casadas, las divorciadas tienden a tener más dificultades económicas, niveles de pobreza más altos, menores niveles de bienestar psicológico, menos felicidad, más problemas de salud y un mayor riesgo de muerte'. Y recoge una numerosa colección de citas sobre esos estudios. Esto ya sugiere que el principio de autonomía se debe de olvidar de algo importante, también para las partes interesadas.
Sigo citando: 'Comparados con los hijos que crecen con sus dos padres biológicos, los hijos de padres divorciados tienen un ajuste psicológico peor (...), tienen más problemas de salud física (...), peores resultados escolares (...), es más probable que se vean implicados en diversas conductas antisociales y delincuentes (...), es más probable que vivan en la pobreza (...), tienden a tener experiencias sexuales antes (...), es más probable que vivan en cohabitación (...) y es más probable que tengan hijos antes de casarse (...). Además, tienen menos contactos con sus padres y no se sienten ligados a ellos, y reciben menos apoyo económico de ellos'; en concreto, 'los hijos de divorciados tienen una probabilidad dos veces mayor que los que vienen de familias intactas de mostrar problemas como estrés emocional, dificultades escolares, delincuencia y relaciones sexuales prematuras'.
El artículo al que me refiero concluye que 'la investigación en las ciencias sociales demuestra que nuestras elevadas tasas de divorciotienen costes grandes y muy duraderos, públicos y privados. Los costes privados afectan al bienestar físico, psicológico, emocional y económico de millones de adultos y de niños. Los costes públicos incluyen problemas en el sistema de seguridad social, altos costes de bienestar, tasas de criminalidad más elevadas, menores tasas de conclusión de los estudios y mayores gastos del sistema judicial'.
Todo esto no convencerá a los partidarios de regular el matrimonio mediante el principio de autonomía. Pero muestra que la indecisión con que nos encontramos a la hora de optar por una ética o por otra no es irremediable. Tenemos criterios para valorar las reglas éticas. Por lo menos para que no nos ocurra lo que al gitano que enseñaba a su burro a vivir sin comer y cuando estaba a punto de aprender..., se le murió. A la larga, las buenas reglas éticas son tan inexorables como las de la fisiología.
Antonio Argandoña es profesor de economía del IESE.
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