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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Sin euforias

Las consecuencias directas de la subida de los precios energéticos empiezan a desaparecer; pero se mantienen los efectos indirectos; es decir, la traslación de los precios de la energía a los costes de bienes industriales y servicios. Ésta podría ser la conclusión abreviada de los resultados del IPC del mes de enero, cuyo crecimiento cero ha situado la tasa interanual en el 3,7%, tres décimas menos que en el conjunto del año 2000. Sin embargo, no hay razones para la euforia, ni tampoco para alguna apresurada apreciación gubernamental que da por hecho que la tasa de inflación va a bajar durante los próximos meses, porque la inflación subyacente, que excluye los alimentos frescos y los combustibles, aumentó medio punto en enero y se sitúa en el 3,1%. El sector servicios continúa al alza, incorporando los aumentos de los costes energéticos en los precios finales.

El problema de la reducción de precios en enero es que está sustentado sobre bases poco firmes. Su causa principal ha sido el descenso de precios de los combustibles en los meses de diciembre y enero, pero no es seguro que esa tendencia vaya a continuar. Por el contrario, es probable que las gasolinas vuelvan a subir, porque el petróleo y sus derivados se están encareciendo en los mercados internacionales. Por otra parte, una décima al menos del descenso interanual de enero es atribuible al efecto del cambio de ponderaciones del IPC, que en este caso ha sido favorable. Como los precios de la energía han descendido y su ponderación en el nuevo IPC ha aumentado, el efecto de la caída energética sobre la inflación ha sido más intenso. El único efecto antiinflacionista que se puede y se debe mantener en los próximos meses es la revalorización del euro respecto del dólar.

Pero la inflación, una medida decisiva de la salud de una economía, no es la única preocupación de los responsables de la política económica española. El crecimiento y el empleo pueden ocupar en los próximos meses la atención preferente en las inquietudes del Gobierno y de los ciudadanos. Las cifras de ocupación y paro durante el año pasado revelan cantidades globales satisfactorias: se crearon 491.800 empleos y el paro disminuyó en 268.600 personas. Pero el análisis más detallado de las cifras indica que en el cuarto trimestre se puede observar ya una clara desaceleración en la creación de empleo. De hecho, la ocupación disminuyó en 10.700 personas, a pesar de que la población activa decreció en 30.000. Esa desaceleración y la artificiosa reducción de la inflación deberían ser motivos suficientes para que el equipo económico del Gobierno no bajara la guardia.

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