El desamor de Valencia y Alicante
Unos centenares de personas se manifestaron el pasado lunes en Alzira para rechazar el trasvase de aguas del Júcar al Vinalopó. Alegaban que no hay recursos bastantes para ceder ni un sorbo. Hace más de un siglo y en reiteradas ocasiones después se argüía algo semejante. En esta ocasión, la protesta se adornaba con el alegato de que se sacrificaban regadíos y acuíferos para dotar Terra Mítica. Sus razones tendrán y, por supuesto, no las cuestionamos. Nos limitamos a subrayar la continuidad más que secular de la negativa al pretendido trasvase, un "proyecto irresponsable" como fue calificado por un manifestante cualificado.Ese mismo día, lunes, el rotativo Información, de Alicante, insertaba un artículo de Pedro Nuño de la Rosa en el que, a propósito del trazado del AVE y su urgente ejecución, el autor rememora lo que, a su juicio, ha sido históricamente la gravosa relación de la ciudad del Benacantil con Valencia, de la que aquella, afirma, "sigue soportando el desamor, la insensibilidad y los abusos". El aserto se ilustra con unos cuantos sucesos, aunque me figuro que el opinante hubiera podido abundar el memorial de agravios con otros muchos, igualmente lamentables e incluso más ciertos.
Asimismo, en gracia a la brevedad y al rigor, el señor Nuño habría podido remitirnos al excelente libro de Josevicente Mateo, Alacant a part, editado por primera vez hace ya 34 años, y que es un clásico no superado acerca del contencioso entre el cap i casal y la capital de L'Alacantí. El lector, al menos el poco interesado e informado sobre este asunto, habría tenido a su alcance las claves decisivas del citado "desamor", que, obviamente, son complejas y tampoco es justo ni siquiera razonable endosarle la culpa -si la hay- a una de las partes.
El divorcio viene de lejos y han concurrido causas decantadas por el azar, la necesidad y esa manida serie de acontecimientos incontrolados o calculados que llamamos historia. Los pequeños negocios y codicias, por sí solas, no hubieran ahondado esa fosa y frontera que a menudo se nutre, también, de desdenes y tópicos orquestados con criterios tan provincianos como los que cultiva, pongamos por ejemplo, el erudito Vicente Ramos y sus epígonos, que han sido y son los promotores del famoso y extinto Sureste, el himno a la provincia (de Alicante, claro) o, más recientemente, el insidioso puta València con que la afición futbolística herculana saluda a la merengue. Sin embargo, insisto, estos desaires y "ninguneos", sumados sin duda alguna a la indiferencia e insensibilidad de Valencia, son únicamente el apifenómeno de unas fisuras más profundas y con frecuencia maliciosamente provocadas que han acuñado ese "Alacant a part" que, por comprenderlo, no deja de herirnos.
¿Cuál es hoy el estado de la cuestión? ¿Persiste la hostilidad alicantina -de la ciudad de Alicante, entendámonos- contra todo lo que tenga visos de valencianía, empezando por el mismo gentilicio? Y, a senso contrario, ¿ha instrumentado Valencia la política adecuada para fomentar la necesaria aproximación? Es un trayecto de doble dirección en el que, a mi entender, y discrepando del referido articulista, el Gobierno de la Generalitat y lo más granado de la intelectualidad indígena -de allí y de aquí, del cap i casal- se han esforzado en colmar olvidos pretéritos y establecer puentes. Hoy por hoy, airear discriminaciones económicas o culturales no pasa de ser una necedad localista, además de una falsedad. Y por lo mismo, contemplar Alicante como una prolongación de Vallecas constituye una irresponsabilidad y acaso un anacronismo. Por fortuna, ya son actitudes raras.
Pero a fin de no confundir los deseos con la realidad, lo bien cierto es que todavía nos queda mucho por rascar para abolir la distancia que subsiste entre Las Ramblas y la calle de las Barcas. Hurgar en el arcón de los desatinos o prepotencias no allanará el camino por más autopistas y AVEs que se tracen.
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