Música militar
Le gustaban los solemnes desfiles de los simpre invictos generales. Loaba el sistema que coronaba al centurión con la suma honra del sabio laurel, aunque no tuviera el graduado, cabe al Júpiter capitolino, mientras un esclavo le recordaba su condición de mortal con algo parecido al ceniciento memento homo, quia pulvis es, et in pulverem reverteris (Gen. 3,19). ¡Aquellos timbales, tubas, címbalos, cuernos, clarines....! todo tuvo que abandonarlo, tras 26 años de servicio, el cabo furriel de cohorte Julio, al afiliarse a la secta de los ateos -sin dioses- cristianos. No es que fueran objetores, ¡eran insumisos!Perdió el retiro y la cabeza a manos de sus antiguos compañeros de armas por tararear algo semejante al "cuando la fiesta nacional/ yo me quedo en la cama igual/ que la música militar/ nunca me supo levantar" de Brassens-Ibáñez. En esa jura de bandera -sacramentum- ante el Nazareno, ganó la gloria eterna (patrono de letrinas lo proclamó nuestra gente: Als qui us invoquen de cor/ en sos treballs i afliccions,/ en totes les ocasions,/ alcancen vostre favor).
La eternidad es muy larga y el pobre san Julio ha tenido que ver a su secta pacifista armando o canonizando guerreros en activo como San Juan de Montfort, templario, mitad monje, mitad soldado, el ideal para el beato comandantín Trillo -como antes, un militar ministro-, ministro de la guerra y no de Bienestar Social, que, tras vencer, recorriendo 50 metros a lomos de blindado y con 250 escoltras, a 12 jóvenes de ERC, montó un desfile en el trastero de Barcelona. Proyectaron un calco de la entrada de Franco en 1939 por la Diagonal; modernizan los ejércitos, pero no las formas de presentarlos y acaban aclamándose al nada valeroso san Agustín de Cantorbery puix cureu qualsevol dolor, si amb fe lo devot acut.
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