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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Retraso inexcusable. Editorial

El mercado de valores español se caracteriza, hoy como ayer, por su escaso tamaño, su vulnerabilidad y una dependencia excesiva de media docena de grandes empresas. Es verdad que el desarrollo de las privatizaciones dio un gran impulso a las Bolsas, aumentó de forma espectacular el número de inversores y agilizó considerablemente las transacciones, hasta el punto de que hoy bien puede decirse que un gran número de españoles obtiene rentas del mercado o invierte su dinero en él. Pero la aparición de los llamados "valores tecnológicos", de extrema volatilidad y gran capacidad de generación de plusvalías sin relación alguna con las cuentas de resultados, ha vuelto a demostrar la inflexibilidad de los parqués españoles y su escasa preparación para afrontar los cambios económicos acelerados de este fin de siglo.La proliferación de este tipo de valores, perfectamente asumida e integrada en otros mercados mundiales, está produciendo en las Bolsas españolas efectos devastadores. El primero es una segregación muy peligrosa entre valores tradicionales -de rentabilidad moderada- y valores de crecimiento vertiginoso que alcanzan niveles de capitalización inverosímiles. El segundo efecto es la extrema concentración del mercado, que acrecienta su vulnerabilidad. El tercero, y sin duda más preocupante a medio plazo, es la desconexión acelerada que se está produciendo entre la evolución de las Bolsas y el resto de la economía. Los índices bursátiles se han comportado tradicionalmente como una referencia informativa para los inversores y para los ciudadanos preocupados por la economía; hoy son simplemente una medida distorsionada de los efectos de la especulación.

Por esa razón, la economía española y los ahorradores necesitan con cierta urgencia la configuración de un nuevo mercado que, como el Nasdaq estadounidense o el Eastdaq europeo, acoja en un marco específico las cotizaciones de los valores tecnológicos para que no contaminen con su extremada capacidad de revalorización la percepción del resto de los valores, más sosegados. Esa necesidad es casi imperativa, y no se entiende por qué, a pesar de que las autoridades de control y seguimiento del mercado ya han aprobado el proyecto y elaborado sus normas maestras de funcionamiento, sigue sin ponerse en marcha el nuevo parqué. A no ser que las discrepancias esgrimidas para justificar el retraso -por ejemplo, el papel que deben desempeñar los creadores de mercado en la nueva Bolsa- escondan motivaciones más complejas y menos confesables de orden político. Los inversores exigen seguridad y transparencia, y no van a disculpar más retrasos ni entender más excusas.

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