Mucha ilusión y mucho desastre

La popularidad del balonmano en Egipto se aproxima a la neurosis colectiva, pero la calidad de la organización del Campeonato del Mundo es inversamente proporcional a las extremas medidas de seguridad. Todo ello ya se reflejó el martes en la ceremonia inaugural, que no es muy diferente a lo que sucede en el resto de partidos.En la pista de El Cairo Stadium, un inmenso polideportivo con capacidad para 25.000 espectadores sentados, llegaron a concentrarse tantos bailarines como policías fuera. El precioso espectáculo estuvo muy bien coordinado hasta el toque final: miles de globos multicolores que cayeron del techo. Pero nadie había previsto un método rápido para eliminarlos de la cancha a tiempo para el partido, que comenzó con media hora de retraso. Luego hubo que interrumpirlo varias veces porque los jugadores se resbalaban al pisar un anuncio que cubría el círculo central. Al ver que un par de ellos habían estado cerca de romperse la crisma, los organizadores interrumpieron momentáneamente el jolgorio generado por el fácil triunfo de Egipto para arrancarlo de cuajo.
El miércoles, primer día con 11 partidos, el fallo al notificar el resultado del partido Cuba-Alemania fue elocuente. Primero se dijo que los cubanos habían ganado 25-24. Pero después se supo que les habían quitado 10 goles a los alemanes, vencedores por 34-25. Y el colmo fue que algunos periódicos mantuvieron el error, y la gran sorpresa, de la victoria de Cuba !por 28-21!. Esos detalles ilustran bien el penoso tono de la organización del Mundial: mucha ilusión, mucha palmada en el hombro y muchos medios humanos, pero casi nada funciona como debe. Añádase el caótico tráfico cairota: los jugadores españoles disfrutan de sensaciones similares a las de la montaña rusa de Port Aventura cuando se desplazan desde el hotel a jugar o a entrenar, en trayectos que pueden requerir hasta una hora. Pero todo ello importa poco a los enardecidos seguidores de la selección egipcia, entrenada por el español Javier García Cuesta. Éste dimitió en febrero por la enorme presión ambiental -el propio Mubarak es el hincha número uno-, y fue sustituido por el yugoslavo Prokajak, pero le llamaron de nuevo a los tres meses, mientras disfrutaba con su mujer de un crucero por el Nilo.
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