Pilotos y Pilatos
UNA VEZ más, el sindicato de pilotos de Iberia amenaza con añadir más caos a la caótica situación aeroportuaria. La ruptura de las negociaciones del convenio presagia nuevas huelgas. Un derecho de los trabajadores que la Constitución ampara, pero que este sindicato gremialista utiliza a las primeras de cambio, convirtiéndolo en un elemento de chantaje con los usuarios como rehenes. Casualmente o no, esta ruptura ha coincidido con un aumento del número de vuelos retrasados y cancelados en los aeropuertos de Madrid y Barcelona. La piadosa invocación de Aznar en el Congreso ("la situación va mejorando, gracias a Dios") ha sido desmentida en cuestión de horas.Estos empleados privilegiados (1.300 de un conjunto de casi 20.000) parecen estar convencidos de que su cualificación profesional para llevar los mandos de un avión les otorga el derecho a decidir el rumbo de la compañía entera, o al menos a compartirlos paritariamente con su dirección y su consejo de administración. Sólo ese endiosamiento explicaría su desprecio por los intereses de todos los demás: viajeros, industria turística, resto de los trabajadores de Iberia. La disputa sobre si los 6.000 millones de pesetas de aumento deben entregarse de una sola vez, como quiere Iberia y parecen aceptar el resto de sindicatos, o integrarse para siempre en las tablas salariales, como pretende el SEPLA, no justifica una nueva huelga a la puerta del verano. Salvo que se trate de una coartada.
Los aviones no pueden volar sin pilotos, y de ahí su poder intimidatorio. Pero la reiteración del abuso pone también de manifiesto la falta de recursos de la dirección de Iberia para hacer frente a ese desafío. Que ello ocurra en momentos previos a la privatización de la compañía hace verosímiles las peores sospechas de manipulación; incluso de los propios pilotos por su sindicato. Pero si el SEPLA se ha convertido en un problema capaz de afectar a la primera industria del país y a miles de viajeros, estamos ante un problema político que le toca resolver al Gobierno. Ésa es su responsabilidad, sin que baste lavarse las manos o invocar a la Divina Providencia. ¿Qué se hizo de las instrucciones precisas que había dado Aznar?
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