Janácek enamorado

András Schiff volvió a congregar a un público fiel en la segunda entrega del homenaje a Janácek programado por el Liceo de Cámara. Aún desprovistas del éxito que acompaña por doquier a sus óperas en las últimas dos décadas (en Madrid, por ejemplo, Jenufa y La zorrita astuta han sido recibidas con entusiasmo), las piezas instrumentales de Janácek son un compendio de su filosofía compositiva quizá en su estado más puro. El checo fue un creador de genio tardío que, traspasado el medio de siglo de vida, se expresó con una originalidad natural, nunca forzada, y con esa espontaneidad que sólo está al alcance de un espíritu libre. Es la suya una música impregnada siempre de un fuerte trasfondo vital, bien por su vinculación casi panteísta con la naturaleza, por su entroncamiento en las inflexiones naturales del lenguaje o, al final de su vida, por nacer impulsada por el amor que sintió por Kamila Stösslová, 38 años más joven que él.
Cuarteto Panocha
András Schiff, piano. Obras de Janácek y Dvorák. Auditorio Nacional. Madrid, 28 de abril.
Schiff es un maestro de la miniatura y supo matizar cada una de las piezas de Por un frondoso sendero con las emociones justas, desde la nostalgia cálida y vital de las primeras, al dolor desesperanzado de las últimas. Aunque deudoras aún del gran pianismo romántico y de su concepción de la pequeña forma, ya asoman aquí atisbos del Janácek transgresor de obras posteriores que Schiff supo resaltar con precisión. El Cuarteto Panocha mejoró sustancialmente su contribución de la pasada semana, pero volvió a haber exceso de conservadurismo y de medias tintas en su versión del Cuarteto número 2, Cartas íntimas. Esta obra es una febril declaración de amor de principio a fin, rebosante de vida, angustia, lucha y deseo, por utilizar cuatro sustantivos que aparecen en las cartas reales que el anciano Janácek escribió a la joven Kamila. Una pasión voraz -simiente de tantas obras maestras- es enemiga intrínseca de la rutina y lo que escuchamos fue una lectura apegada a la letra y en exceso convencional de una música trascendente.
Ya en la segunda parte, Schiff ratificó su excelencia como camerista en el Quinteto con piano de Dvorak, un alarde constante de inspiración melódica y de equilibrio formal. Al pianista húngaro la música se le escapa de los dedos sin esfuerzo aparente y sobre él recayó el peso de una versión dominada por su exquisito arte para frasear, para acompañar o simplemente para, con su sola presencia, sacar lo mejor de sus compañeros.
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