Un Fausto
Jorge Fausto existió realmente -una realidad relativa; rehecha por la leyenda- y su vida fue contada y exagerada por los grandes dramaturgos: Marlowe, Goethe, sobre todo. Antonio Mira de Amescua pudo conocerla. En todo caso, conoció la del fraile Gil de Santarem, que vendió por amor su alma al diablo, por el amor de una mujer, como todo el mundo -digo, en la literatura- y perdió alma y mujer; aunque el alma le fue más fácil de recuperar, entre argucias de leguleyo sobre la validez del contrato y la decisión de encomendarse al cielo. El demonio, en cambio, lo pasó mal. Mira de Amescua escribió la historia de Gil, el hombre santo, el piadoso, el fraile libidinoso, clandestinamente violador, burlador de doncellas. Ah, pero salvado: como luego le pasaría al don Juan de Zorrilla. Eso gustaba al público: a las mujeres, porque las enamoraba el perdido; a los hombres, porque estaban seguros de que esas culpas tienen que perdonarse.La comedia, o tragedia, es de puro enredo: de crímenes, de travestismo, engaños, salteadores de caminos, enamorados: de aventuras, en las que da miedo el demonio y lo demoniaco. No debe haber sido muy representada. Y en su momento se publicó por primera vez dentro de un tomo de obras de Lope de Vega "y otros autores". Estas cosas le daban rabia. Se le agrió el carácter, y este doctor en teología y sacerdote, que había venido a Madrid para estrenar -más de 60 obras se conocen-, se enemistó con todo el mundo. Al final, decidió encerrarse en un pueblo a cumplir fielmente sus deberes de sacerdote: como el protagonista, como el don Gil. Quién sabe si cuando conjeturaba esta obra pensaba ya él mismo en su retiro.
El esclavo del demonio
De Antonio Mira de Amescua (1612).Compañia del Teatro Espada de Madera.
La compañía Espada de Madera ha parecido tener bastante insistencia en acumular toda clase de dificultades: y no las ha vencido. Desperdicia un espacio central bastante grande y hace que toda la acción compleja y aventurera se produzca en una especie de mesa de madera; los versos de Mira, que no son peores que los de muchos de sus contemporáneos, los dicen silabeados, perdiendo todas las sinalefas, olvidando comas o inventándolas: supongo que es una deliberación, para distanciarnos de la obra teológica, pero con ella el texto resulta a veces incomprensible y los actores, con esa prosodia y con unas voces exageradamente lúgubres, no parecen tan buenos como deben ser en otras obras o en sus vidas privadas. A veces todo parece convertirse en una parodia, y siempre me quedará la duda de si es también deliberada.
Hasta el espacio reservado al público, una especie de coro, está restringido y es exiguo: no sólo para mí, sino para otros que tienen más facilidades cenestésicas. No fue mucha gente el día en que estuve: es lástima, porque siempre es mejor conocer a Mira por esta representación que por la simple lectura. Los que fueron, parecían contentos del desarrollo de la obra.
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