La coartada del diálogo
JAVIER ELORRIETA Está arraigado en la ciudadanía, tal vez tópicamente, que los partidos políticos utilizan un doble lenguaje (hay algunos que hasta más). Incluso hay quien encuentra en esa fórmula habilidades y salero especial. Es decir, quien considera que dominar la trampa del lenguaje es oficio que caracteriza la profesionalidad del político. Reconozco que lo que puede ser moralmente rechazado en ámbitos de relación personal, en política parece que alcanza notable calificación. Incluso hay quien asume como inherente a la lógica que ética y política no tengan que ir acompañadas. Lo oí dentro de una exposición que se hizo en un debate promovido por la Fundación Sabino Arana a quien no es la primera vez que lo manifiesta. Y no causó ningún estupor o extrañeza, mientras unas pocas irritadas emakumes mostraban su desagrado al que reclamaba la moral en el discurso de la política vasca. Y todo alrededor del tema del terrorismo, cómo enfrentarse a él o cómo claudicar, o aprovecharse del mismo para buscar alcanzar lo que no se expone por vías del concurso electoral. Lo que está condicionando que el desarrollo de la política no fluya con normalidad por los cauces democráticos institucionales, justificándolo ahora con el señuelo del "diálogo". Obviamente jamás el cebo puede ser un término que espante. Pero se puede utilizar al servicio de la confusión, en el empeño de buscar lo que luego en otro contexto se confiesa abiertamente: soberanismo por paz. Soberanismo no concebido como capacidad decisoria del ciudadano que participa con sus derechos constitucionalmente amparados en diferentes procesos electorales, sino como imposición de un concreto proyecto nacionalista. Es cierto que lo que para unos es un despropósito intelectual a otros les encandila los oídos, y además hace el milagro, también lo vi, que algunos fervorosos en la advocación a un racista de integrismo confeso se emocionen con el discurso de izquierdistas, que perdido el referente del internacionalismo y la lucha de clases, navegan con los vientos de quien se empeña en la ulsterización de Euskadi para ajustar la realidad al discurso. Eso sí, con la brújula del "diálogo". Porque es un despropósito argumental ampararse en un abanico de generalidades que servirían como mucho a la pretensión del adoctrinamiento antiinstitucional de organizaciones varias, desde una ONG de Almeria a un grupo de okupas de Granollers. Pero en realidad, en ese auditorio, se hacía para legitimar la vía negociadora, camuflar con el término de diálogo el chantaje del terrorismo que admite el plan Ardanza. Es obvio que se está generando una importante confusión cuando se expone en el escenario del tratamiento informativo un cóctel de opiniones intencionadamente mal mezcladas para provocar intoxicación. No hay peor servicio a la verdad que hablar abstractamente y generar un espejismo de ficción constante. Por ejemplo, con el enunciado de que los vascos sean los que decidan, dejando implícito el mensaje erróneo de que no han decidido,deciden y van decidiendo en cada consulta, que el diálogo es consustancial a la democracia y que buscarlo al margen de la normalidad constitucional es atentar contra la misma. No hay otro remedio que la pedagógica insistencia de separar rotundamente lo que es inherente en un Estado de Derecho con lo que se un discurso de disfunción al servicio de la desestabilización del país, cuya máxima expresión es ahora el delirio de "preferir la independencia a la paz" o cambiar el mayor autogobierno existente en el mundo (Euskadi) dentro de un Estado de Derecho (España) por una realidad infinitamente peor, "trocar la autonomía por el acuerdo de Stormont", el autogobierno por un horizonte que en su máxima esperanza ahora abierta llegará a lo que ya tenemos hace 20 años. Se imaginarán en su delirio estos jugadores de rol patriótico que alguien les diga: "De acuerdo, cambiamos".
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