Fiesta del libro
EL LIBRO agoniza: tiene los milenios contados. Ni los aficionados a quemarlos ni las nuevas tecnologías han conseguido acabar con ese objeto cuyo solo tacto tiene efectos civilizadores, aunque no se lean. Por supuesto, se escriben para leerlos, y una buena ocasión para recordarlo es la conmemoración tradicional del 23 de abril, un aniversario que une los nombres de los autores del Quijote y Hamlet: la aventura y la duda. Entre ambos extremos fluye la vida, y toda ella se contiene en las palabras que llenan los libros. Desde hace dos años, el aniversario de las muertes de Cervantes y Shakespeare es en todo el orbe el Día Universal del Libro. Así lo decidió la Unesco, recogiendo una iniciativa de la Generalitat catalana. La jornada se vio honrada ayer por la entrega, en Alcalá de Henares, del Premio Cervantes al escritor cubano Guillermo Cabrera Infante, que fue también el encargado de iniciar la lectura colectiva del Quijote en el Círculo de Bellas Artes de Madrid. Una iniciativa reciente que ojalá se convierta con el paso de los años en una tradición cultural de la capital. Como lo es en Cataluña la fiesta de Sant Jordi, en la que los catalanes se gastaron ayer 3.000 millones de pesetas en flores y libros. Bueno sería que todas las tradiciones fueran tan cívicas. Este año, la conmemoración ha coincidido también con la publicación de una edición crítica de la gran novela cervantina, preparada por el académico Francisco Rico, que puede devenir en el texto canónico del libro fundador de la novela moderna.
La entrada de la primavera se ha convertido así en el festejo de la vida, del conocimiento y de la libertad, y en ocasión anual para comprobar la aceptable salud de la industria editorial y de la producción literaria españolas. Aunque las estadísticas de consumo cultural no permitan euforias, ni el estado de la enseñanza dé pie a pronósticos radiantes sobre el futuro de la lectura, jornadas como la de ayer sirven para comprobar que el aprecio de que goza en España es, si no desmesurado, suficiente para augurar un nuevo aplazamiento a la ya tan vieja como tópica agonía del libro.
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