Desconsuelo

Cada día leo en EL PAÍS más y más cartas de jóvenes acongojados que no tienen acceso a un puesto de trabajo. Sin padrino es muy difícil bautizarse, y hoy tener la oportunidad de un proyecto vital independiente parece, sin duda, un privilegio. Intentar tocar la fibra sensible de los lectores a través de emotivos relatos sobre la inutilidad de los masters en manipulación de consumidores, hundimiento de competidores y explotación de trabajadores para conseguir un empleo resulta ser una estrategia que no da fruto alguno: ni el Estado ni el Papa vienen a conceder su gracia.Yo únicamente me pregunto cuándo van a terminarse las lágrimas para pasar a la acción. Mucho me temo que entre estos parados desterrados de la gran masa satisfecha de la sociedad (sobre todo, aquéllos con un brillante currículo) sólo desean que su inconveniente individual sea resuelto ahora que les afecta.

La única respuesta posible pasa por el retorno de la solidaridad a una sociedad que tiene la vista nublada por el ego y la cómplice indiferencia ante las desventuras de los demás. Yo soy joven, estudiante, y tengo claro que para existir dignamente no tengo que quitar de en medio ni a mis compañeros de facultad ni a nadie. En la actualidad, quien no protesta y está organizado no existe, nuestros problemas no los podemos resolver solos al depender las condiciones de vida de este lado opulento de la línea de las del otro lado miserable. Dejémonos, pues, de llantos (pocos dramas humanos conmueven a quienes tienen el corazón a un lado y la cartera al otro) y vamos a movernos de una vez-