Del asombro al engaño
La República Democrática Alemana, con 17 millones de habitantes, asombró al mundo por sus logros deportivos en apenas 20 años. Se convirtió en la tercera gran potencia y llegó a amenazar el poderío de los dos gigantes de la época, la Unión Soviética y Estados Unidos. Sin embargo, mucho antes de que cayera el Muro de Berlín, a finales de 1989, olía a podrido en tanto milagro de la naturaleza, alemana comunista. Hacía tiempo que aquello se había convertido en el tinglado de la nueva farsa y del asombro se empezaba a pasar al engaño.El 12 de diciembre de 1988, apenas un año antes del derrumbe total, dimitió toda la cúpula del deporte de la RDA. Resultó ya muy significativo. En un país volcado en esta parcela fue como si hubiera caído todo el aparato del Estado en propaganda, turismo, sanidad, investigación, policía secreta y cualquier tipo de proyectos especiales en laboratorio. Las denuncias y deserciones por los métodos utilizados eran ya moneda común. Lo que había parecido un ejemplo de planificación y trabajo bien hecho empezaba a convertirse en un modelo histórico de esclavitud aplicada al deporte. El fin había justificado los medios. La fábrica de campeones inmensa en que se había convertido el país funcionaba desde el principio con auténticas piezas de una maquinaria casi diabólica. Sólo interesaba el campeón y el aparente interés del Estado por la salud del pueblo a través del deporte había sido un puro engaño. Únicamente valía el deportista que garantizase grandes resultados. Y para ello, no se reparó en medios: los legales, con todo tipo de medios técnicos y científicos, cuando en el país había otras carencias, y también los ilegales e inmorales.
Entre las muchas denuncias de antiguos campeones, quizá la de Christiane Knacke, la primera nadadora que bajó del minuto en los 100 metros mariposa, en 1977, haya sido de las más elocuentes. En 1988, un año después de huir a Austria, dijo: "Glaesser me daba entre 10 y 15 pastillas diarias para regenerar más deprisa mi organismo, según decía, porque si no las tomaba no me dejaría nadar más. Aparte, me ponían inyecciones de cortisona y procaína, y de algo que ponía glucosa. Empecé a tener mestruaciones irregulares y a engordar. Me avergonzaba de mi cuerpo, pero me dijeron: '¿Qué quieres ser, una chica normal o una deportista de alto nivel como has elegido al estar aquí?'. Me ha costado ocho años perder los 15 kilos que engordé con los anabolizantes, y cuando mi hija estuvo un año y medio entre la vida y la muerte los médicos me dijeron que no era nada sorprendente teniendo en cuenta lo que había tomado cuando nadaba".
Su caso es el de cientos. Han pasado muchos años y aún no se ha acabado de ver toda la luz en una historia tan truculenta.
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