Cita en La Moncloa
LA ENTREVISTA de ayer entre el presidente Aznar y el secretario general del PSOE, Joaquín Almunia, es la segunda que han mantenido ambos líderes desde que este último sustituyó a González, y la primera que tiene lugar con arreglo a un orden del día prefijado. La clara delimitación de las funciones del Gobierno y la oposición no debería ser obstáculo para reforzar el consenso en las cuestiones que lo exigen, como la política exterior, la lucha antiterrorista o la Unión Monetaria Europea. Y la existencia de divergencias incluso sobre esas cuestiones no debería impedir una relación fluida entre el presidente y el líder de la oposición. Así ocurre en los países de más sólida tradición liberal y democrática, y no hay motivo para que España sea diferente.Ya en el anterior encuentro, a comienzos de julio, Aznar dio la impresión de que estaba interesado en acreditar una mejor relación con Almunia que con su antecesor; era una forma de culpar implícitamente a Felipe González de la incomunicación crónica que había presidido la relación entre ambos. Almunia, por su parte, y precisamente para afianzar su posición como nuevo líder de la oposición, estaba interesado en marcar las diferencias con Aznar, y de ahí su exigencia de agenda precisa para evitar un encuentro puramente propagandístico. Almunia quería una entrevista que no sólo sirviera para confirmar lo obvio, sino también para especificar las diferencias. El tono publicitario de la comparecencia del portavoz Rodríguez, que salió en el telediario para glosar la disposición de su jefe a dialogar con todo el mundo, confirmó las aprensiones de Almunia.
De la versión de este último se deduce que el acuerdo genérico en materia de lucha antiterrorista no es incompatible con la existencia de diferencias de estilo en la forma de abordar ese problema. La impresión de que el PP ha intentado con su propaganda una utilización partidista del, asunto -sirva de ejemplo el festival de las Ventas- es compartida por muchos ciudadanos; sin embargo, reuniones como la de ayer deberian servir para una clarificación sincera del significado de la unidad democrática contra el terrorismo: no se trata tanto de compartir el mismo diagnóstico y cada una de las recetas -cosa difícil en una sociedad plural- como de respaldar las iniciativas legítimamente adoptadas por los poderes competentes en cada caso. Almunia insistió, en todo caso, en la voluntad de superar discretamente las diferencias surgidas en ese terreno.
Más dfícil parece el acuerdo en política autonómica, al menos en el aspecto de la financiación. Se trata de uno de los temas elegidos por el PSOE para diferenciarse del Gobierno, que no ignora su debilidad en este terreno: por la contradicción entre sus posiciones actuales y las que defendía en la oposición, y por el desconcierto de su electorado ante algunas concesiones hechas a los nacionalistas. Ahora mismo el PP parece dudar entre seguir esa línea o poner un tope, para lo que necesitaría la complicidad del PSOE. Un criterio realista indica que los nacionalistas son hoy por hoy el único aliado posible para completar mayorías de Gobierno, tanto si el vencedor es el PSOE como si lo es el PP. De ello se deduce la necesidad de un acuerdo básico entre ambos. Esa sí que es una cuestión de Estado.
También merece un esfuerzo de concertación la crisis de la justicia, pero las diferencias son igualmente profundas. Por una parte, es algo ilusa esa idea del PP de que la politización de la justicia es un efecto del sistema de elección del Consejo del Poder Judicial. Cualquier otro procedimiento plantearía idénticos problemas si no varía la actitud instrumentalizadora por parte del Ejecutivo, y en esto los populares han batido el récord de sus predecesores. La presencia del PP como acusación particular en, procesos en los que el PSOE está acusado -Filesa- es un factor distorsionador del equilibrio entre poderes.
Pese a las dificultades de alcanzar acuerdos, es bueno que exista una relación fluida entre el presidente y el líder del PSOE. En primer lugar, porque existen amplias áreas de interés compartido. Pero también porque la escasa distancia electoral entre ambos partidos hace especialmente necesario ampliar las áreas de coincidencia: no es posible gobernar sin tomar en consideración los intereses y la sensibilidad de esos nueve millones y medio de votantes socialistas; intentar hacerlo conduce a sucumbir a la tentación de sustituir los votos que faltan por iniciativas autoritarias tendentes a silenciar las voces discrepantes.
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