Una amarga belleza

Acentúa el director y compositor italiano Giuseppe Sinopoli, en la lectura de la Novena de Gustav Mahler que hizo el pasado sábado en el Auditorio Nacional, la pérdida de unos valores afirmados que trae consigo el cambio de siglo o, más exactamente, el fin de una época de la historia de la música.Esta relación con el momento preciso en que la sinfonía mahleriana se escribe tiene ramificaciones filosóficas y estéticas, y se manifiesta musicalmente en el alargamiento de unos sonidos en el tiempo y en el límite de la aspereza de la tímbrica instrumental, entre otras razones, porque no hay seguridad en la mirada tradicional y entonces el siglo comienza a apuntar hacia otros lenguajes.

Decía en cierta ocasión Giuseppe Sinópoll que dentro de toda. interpretación hay siempre una visión del mundo. La suya dentro de la música de estos años no ofrece en este sentido ningún género de dudas. Y si, por ejemplo, en su visión del Richard Strauss de este primer decenio del XX suele resaltar la exposición de una pérdida (es decir: el lado posmoderno, tal como él suele llamarlo) en la interpretación de Gustav Mahler se centra más en los problemas que trae consigo esa pérdida.

La tonalidad, el pensamiento, están en crisis (o, en otras palabras, en proceso de transformación) y por ello la propuesta de Guiseppe Sinopoli se recrea en una belleza amarga que conduce inevitablemente al silencio. Lo arriesgado de este planteamiento no impide la existencia de altibajos de la tensión en la realización, sobre todo en los movimientos impares. Los detalles de refinamiento sin nostalgias tienen su plasmación más irónicamente perversa en el segundo y más elegíaca en el cuarto, donde el director veneciano se abandona a una serenidad que puede considerarse positivamente inquietante.

Orquesta esplendorosa

Un desmenuzamiento como éste de la enorme complejidad que lleva dentro la sinfonía mahleriana habría sido imposible de realizar sin una orquesta tan esplendorosa como la Staatskapelle de Dresde, donde la cuerda canta con una dulzura que la lleva al lamento (¡qué fraseo el del primer violonchelo en el último movimiento!) y donde cada instrumentista de la madera y el metal es un solista que integra su aportación en la concepción global, en la idea del conjunto.

Es la Staatskapelle de Dresde una magnífica orquesta. Y fue una irregular, pero muy interesante dirección orquestal, la que ofreció Giuseppe Sinopoli, en su combinación de luminosidad crepuscular y de quietud. Y Gustav Mahler, una vez más, salió reivindicado.