Vista al infierno
Unos riscos al sur de Navacerrada dominan la sierrá de la Maliciosa y sus espeluznantes gargantas
Con las montañas ocurre que el deseo que despiertan es inversamente proporcional al número de veces que se ha subido a ellas. La Maliciosa, por ejemplo, resulta una cumbre asaz apetecible a primera vista: es negra, esbelta, de 2.227 metros y posee un par de protuberancias cabe la testa -el Peñotillo y la Maliciosa baja- de lo más sugerentes; eso por no hablar de sus pedregosos flancos.Pero a la Maliciosa hay que volver a quererla poniendo tierra de por medio. Sólo contemplándola desde la distancia -cortejada por otros, frecuentada por otros, rendida a los pies de otros surgirá de nuevo el deseo. Súbase el excursionista harto de ella a la cuerda de las Cabrillas, y se morirá de celos.
La cuerda de las Cabrillas, un rosario de riscos que frisan los 2.000 metros de altura, erígese al sur del puerto de Navacerrada y corre paralela a la sierra de la Maliciosa, que queda a levante, por espacio de dos kilómetros. Pocos (o sea, ninguno) de los conductores que fatigan a diario la carretera del puerto sospechan que las peñas que descuellan monte arriba constituyen un observatorio sin parangón de la Maliciosa y la sierra entera.
El sendero de las Cabrillas -que, como tal, aparece señalizado en el mismo puerto de Navacerrada- nace junto a la estación del telesilla de la Bola del Mundo, desde donde gana suavemente altura por la falda de las Guarramillas hasta el collado de los Emburriaderos. Aquí, el caminante obtiene la primera panorámica: a sus pies, la hórrida garganta del Infierno; a mano derecha, el valle de la Barranca, como un mar de pinos donde calmara su infinita sed de verdor la llanura; enfrente, la cuerda de las Buitreras, la de los Almorchones y " por encima de todas las cosas, la Maliciosa, con ese perfil que los pioneros del Guadarrama compararon con el hocico de un rinoceronte (Juan A. Meliá, Andanzas castellanas, 1918) y que, puestos a imaginar ' al excursionista se le antoja el de una esfinge labrada por las diosas serranas para confundir a los hombres.
Puestos a imaginar, el poeta Francisco Acaso urdió hace un lustro una leyenda según la cual esta roca pelada fue en tiempos un recóndito ver el, cuyo acceso solo conocía una vieja siniestra de Cercedilla apodada La Maligna. Cuenta Paco que la curiosidad de sus vecinos varones los incitó a seguirla, y que La Maligna, percatándose de ello, invocó a no se sabe qué furias flamígeras, declarándose acto seguido un incendio pavoroso, del que no salió vivo ni el Tato. De ahí el nombre, la color y la desnudez de la Maliciosa.
Montañas diabólicas, gargantas infernales, mujeres malvadas... bullen en el magín del caminante mientras culebrea por los vericuetos de las Cabrillas -prestando suma atención a los hitos, eso sí- y desciende al collado previo a Peña Horcón (1.879 metros), mole intransitable que es preciso rodear por la izquierda, adentrándose en el pinar por un sendero que discurre a media ladera hasta las Canchas, otro miradero sin igual. Por el balcón de las Canchas pasa una pista forestal que sube desde la Barranca y baja al Ventorrillo, donde, por encima de las últimas casas, nace a mano izquierda de la carretera otra pista que lleva a Cercedilla.
Y el caminante, que ya no sabe si desear o temer a la -Maliciosa, baja pensando en eso que Cela pensaba precisamente en la Maliciosa: que las montañas son buena compañía para quienes huyen de las compañías (Cuaderno del Guadarrama). Cualquiera se fía...
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