Invisibles

Lo vi en el periódico la semana pasada: era un soldado turco bárbaro y triunfante que mostraba a cámara, agarradas bíblicamente por los cabellos, las cabezas decapitadas de dos guerrilleros kurdos. Siempre me ha inquietado que el flujo de la información internacional sea tan voluble, que sepamos unas cosas del mundo y otras no, que unos temas nos encocoren y otros languidezcan en el más polvoriento desván de la memoria. Por ejemplo, nadie sabe o recuerda que los kurdos de Turquía están en guerra con el Gobierno desde hace 12 años. Los kurdos son uno de esos pueblos trágicos que no pintan nada en la macropolítica y que, por tanto, pueden reventar o ser exterminados sin que nadie mueva un dedo por evitarlo. Como sucedió en su día con los armenios. Como puede suceder ahora con los saharauis. Los palestinos se libraron del abandono internacional porque a los países árabes les convenía utilizar su causa de bandera: pero los kurdos no convienen a nadie. En Irak llevan años sometidos a una brutalidad genocida y salvaje; y en cuanto a los kurdos de Turquía, de las 5.000 aldeas que componen su región, 2.617 han sido al parecer evacuadas o reducidas a cenizas. Como en los pueblos no quedan hombres (están en la guerrilla), el Ejército turco maltrata a las mujeres y a los niños. Y la destrucción del entorno es sistemática: los bosques, los ganados, las cosechas.Frente a tanta barbarie, sin embargo, crece una pequeña conciencia, una esperanza: una comisión conjunta de mujeres turcas y kurdas está organizando una conferencia para pedir la paz. ¿Podemos ayudar a los kurdos de algún modo? Tal vez: apoyando la conferencia, interesándonos por ellos, exigiendo más información sobre el tema en la prensa. Convirtiendo la agonía de los kurdos, por lo menos, en una realidad visible y escandalosa.
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