En el tendido
Los aficionados nos guiamos por la costumbre. Llegamos a la plaza en el mismo medio de transporte, ocupamos el mismo asiento, comentamos las incidencias de la lidia en los mismos bares. Esta tarde, al llegar al tendido por primera vez en la feria -me perdí la corrida inicial de ayer a causa de una investigación taurina de primera magnitud, primicia que espero dar en este espacio pasado mañana-, saludaré a los mismos vecinos de todos los años y colocaré la almohadilla de la misma forma determinada, para atraer la suerte. Son rutinas que, tratándose de la fiesta más brava, consideramos rituales.Durante el festejo se escucharán los mismos comentarios de siempre. Cuando uno de los matadores propine un bajonazo infame, un espectador argüirá que esto no es impedimento para concederle la oreja. Cuando salga otro diestro, otro aficionado anunciará con suficiencia el número exacto de corrídas que tiene firmadas o apalabradas para la temporada. Como decía el maestro Cañabate, éste es "uno de' los sitios del mundo donde se dicen más tonterías en menos tiempo". Naturalmente, habrá intentos fallidos ole humor. Según otro filósofo, "esta manía ole la gente de querer lucir el ingenio cuando se carece de él amarga muchos momentos de nuestra vida". El verdadero aficionado madrileño suele ser más bien callado y escéptico.
Enseguida se harán notar los mismos personajes de todos los años. Igual que siempre, la señora que se sienta tres filas más atrás empezará hablando en voz alta y molesta, pero luego se enmudecerá para el resto de la feria, de modo que no será necesario soltar eso de "¡callarse, que no se ve!". Nada más salir el primer toro, un grupo de supuestos aficionados en la andanada del 8 -los veo a través de los prismáticos- atacarán sus canapés y botellas de vino: al ser arrastrado el tercero de la tarde, estarán borrachos como cubas. Vamos, el mismo público desde hace siglos.
Pero como esta fiesta siempre ha sido un reflejo de la sociedad, ha evolucionado hacia formas que Cañabate jamás podría haberse imaginado. Desde hace unas temporadas, unas bellas señoritas pasean por el tendido vendiendo un helado de origen norteamericano. De vez en cuando suena un teléfono móvil y hay un capullo que lo contesta. Debido a las transmisiones televisivas, algunos diestros llevan este año una cámara diminuta oculta entre la ropa. Cuando caiga el último toro, algún inglés saldrá rápidamente de la plaza para contar la tarde a aficionados de todo el mundo a través del Internet. Como decía El Gallo, "hay gente pa'everything".
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