Agosto
Dios no está. Pero si Dios eligiera un espacio para desplegar su batería de efectos especiales, éste sería el mes de, agosto. El sol es más feroz, es mas famoso. El cielo se funde sobre las cabezas de los veraneantes.Los veraneantes sudan el sudor de Dios. Un sol de justicia. La mórbida justicia de un dios gordo, tal como ha de ser el verdadero Dios. Apanzurrado, derritiendo sus jugos sobre los seres mortales.
Agosto es la destilación de Dios. Todos estamos aquí, en la playa, chapoteando sobre la gloriosa bardoma de su ausencia.
Buena parte de la civilización urbana occidental no tiene otra oportunidad de observar el cielo en cueros más allá de este mes. Su concavidad hastiada de luz. Y mediante esta observación descubre el ancho espacio que Dios ha abierto a sus espaldas tras su fuga. No cualquier clase de espacio. Un espacio de placer y muerte, ámbito de lujuria y mujeres ahogadas, mercaderías, grandes terciopelos, incendios y huracanes.
Agosto no es un tiempo más. Ni siquiera es tiempo. Se comporta como una espacialidad a través de la cual hay que abrirse paso. El cuerpo palpa bultos y muslos, sortea basuras, escombros y explosiones. El espacio entero está ocupado por argumentos de noches, culos y armarios exorbitantes.
En medio del gran desplome teologal, el espectador trata de captar algún sentido en la sombra, pero otra luminosidad vuelve a arrollarlo. El resplandor rueda sobre la memoria y se deshace en altas toneladas de luz. Imposible obtener un puñado de tiempo bajo ese sol absoluto. En medio de su claridad toda la felicidad indolora parece abusivanente disponible. Pasteleramente a mano. Incluida, entre el relumbre, la pequeña confitura de dejar de ser.
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