El arte de arreglar los restos
Me gustaba aquella obra, que es de cierta manera ésta que reaparece -como todo el teatro que se hace- al cabo de 15 años. Marsillach era entonces director del Centro Dramático Nacional "del Gobierno de UCD (Pérez Sierra, excelente director general) y dudó de si la tersura de ese cargo sería compatible con esta frivolidad; y que yo, que era amigo suyo , le recomendé que estrenara. No era una nadería. Marsillach tiene una angustia frívola, un existencialismo risueño; la náusea se le queda dentro, y aquella obra que algo se reía de Sartre era un existencialismo de cabaré. Fue una excelente pieza donde se contaba la historia de la dictadura muerta, la historia de una generación que podía ser la suya. Con astucia teatral de canciones, citas, nombres, crítica. Gustó a todo el' mundo, incluso en parte del mundo, y yo creí que abría teatro, como algunas otras cosas y algunas otras personas que estrenaban por entonces y contaban lo que pasaba. Creía también que se abría la vida. No suponía que iban a seguir siendo las mismas obras las que pasaran y pasaran, y siguiera, y nos dieran esta sensación de "huís clos" los estrenos de hoy donde las mismas personas vemos las mismas cosas que veíamos; y nosotros mismos nos vemos y pensamos unos de otros: ¡Cómo ha envejecido! Que siga el existencialismo de la cartelera.El arte
Yo me bajo en la próxima
..Un espectáculo de Adolfo Marsillach. Intérpretes: María Fernanda d'Ocón, Gerardo Malla, Antonio Galindo. Teatro Bellas Artes. Día 8 de marzo.
El arte de arreglar los restos: en las revistas de tiempo de pobreza se daban receta s de hogar. No hay que tirar nada en la cocina: todo puede reaparecer en. la mesa de la noche, o del día. siguiente. No se olvide el primer miembro de la frase: el arte. Marsillach lo tiene, y en realidad con las mismas palabras construye algo que sigue provocando carcajadas, añadida la comicidad desmesurada de los actores maduros (María Fernanda d'Ocón, Gerardo Malla), cuyos personajes habrían nacido 10 años después de los de la primera obra. Lástima que la economía de autor, y la de Marsillach en particular, no le hayan permitido reescribir algo más, hacer una segunda parte, contar el tiempo de la transición y la democracia. La economía no es sólo de trabajo sino, quizá, de vida. De política. En realidad, en la segunda parte de la obra, cuando se acercan los tiempos del compromiso, se hace casi un inventario, un libro de efemérides: no se vive en escena, como se ha vivido lo anterior. Lo que pide el conservadurismo. Y lo que puede ser el secreto de que el teatro que se abrió entonces se empezó a cerrar al mismo tiempo: su incapacidad de crítica, su miedo a perder el tren del estatalismo del teatro, su insegundad.
Para este gacetillero, o cronista, puesto que es sobre el largo tiempo sobre lo que se extiende mi crónica, en 1980 este relato a modo de cabaré literario que estrenaron Sacristán y la Velasco fue, repito, una apertura, un hecho histórico. Con el arte del reacomodo, o de la realineación, es un teatro divertido, todavía anclado en muchas nostalgias, ingenioso. Estos otros actores maduros, María Fernanda d'Ocón y Gerardo Malla, están muy bien también después de pasar por el microondas que les ha exagerado los gestos, la parodia, la burla. Entre las carcajadas del estreno había hasta chillidos de placer; no sé si eran más de las damas o es que su forma de ulular las eleva por encima de la risa coral. Eso es un seguro de taquilla: tendrá éxito.
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