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Tribuna
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La paternidad como blasfemia

La saga de Frankenstein -decenas de filmes, algunos de los cuales conforman un capítulo imborrable de la historia del cine- no es un cuento de desvelo para noches de tormenta, sino algo más complejo: la confluencia de las dos fuentes de uno de los rincones más oscuros de la poesía trágica occidental: los mitos milenarios del Génesis judaico y del Prometeo griego.De estas dos matrices aurorales proceden las dos metáforas crepusculares que hilan la saga: el Homúnculo ideado por Goethe en Fausto, y la Criatura que vio una muchacha inglesa -Mary Wollstonecraft Godwyn, esposa del poeta Perey Bysshe Shelley- en una pesadilla desencadenada por una orgía de opio entre ella, su marido, su amigo Lord Byron y un médico llamado Polidori. La visión ocurrió en agosto de 1816, en un caserón suizo a orillas del lago Leman y su evocación se materializó, años después" en un relato escrito con penumbra: El doctor Frankenstein o el moderno Prometeo, oscura joya romántica.

La primera apropiación de Frankenstein por el cine es una reliquia de Thomas Edison de 1910 y las primeras incursiones graves de una cámara en este cruce de caminos entre dos milenarios mitos son alemanas. Visualizan la imagen de un padre que, sin mediación - de una mujer, trae al mundo un hijo y son hitos fundacionales del expresionismo inherente a la saga: El gabinete del doctor Caligari (1919), los dos El Golem (1914 y 1920), los seis Homúnculus (1915 -1920) y la creación por el doctor Rotwang de María en ' Metrópolis (1926), escena en la que las matrices genesíaca y prometeica (que expresan la idea de creación de la criatura por simple voluntad del creador) se funden con una tercera variante específicamente moderna (creación de la criatura por un creador científico en un laboratorio), umbral del Frankenstein de 1931 y, por consiguiente, de la saga en su plenitud.

Dos cineastas ingleses se adueñaron en este filme de la metáfora de Mary Shelley: el director James Whale y el actor Charles Edward Platt, desde entonces conocido como Boris Karloff, Whale realizó media docena de variantes, siempre con la tremenda sacudida expresionista de la imagen de Karloff convertida en un icono del si glo XX y sólo tímidamente contestada por las composiciones realistas de Christopher Lee en, 1957 y, ahora, de Robert de Niro en la versión de Branagh- dominando la iconografía de la Criatura: fusión científica entre Adán y Prometeo, un recién nacido que ha de asumir su condición de hijo sin referencia a un vientre, de mujer y que, a causa de esa desconexión con la fuente de la vida, revela la soledad blasfema que fa talmente separa a criatura y creador, hijo y padre,, hombre y dios, lo que hace de estos vuelos de la fantasía romántica radiografías de la tragedia de la paternidad. De ahí la persistencia de su fascinación.

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