La edad de la inocencia
Es realmente una sensación maravillosa despertarse cada mañana y descubrir que hay un nuevo culpable fotografiado en el periódico, retratado en una revista y crucificado en medio de la calle. Uno se siente inmediatamente próximo a la madre Teresa de Calcuta e incluso apunta en la agenda que las próximas vacaciones las pasará en Calcuta y no en isla Mauricio como tenía previsto. Mientras el café humea en la taza, la radio se convierte en el juicio de Núremberg y un montón de apóstoles lapida a otro descarriado que ocultó dinero en Suiza o se aprovechó de información confidencial para que su amante se ganara unas perras y pudiera salir en las fotos con un abrigo de ocelote.El sol brilla sobre las aceras y la adrenalina inocente corre por las venas como la sonrisa del Papa al besar a un niño de Ruanda. Uno camina por las calles, coge el metro, entra en los grandes almacenes, habla con la pescadera en el mercado y a la sensación de inocencia se une un baño de alivio. Es reconfortante saber que estamos rodeados de inocentes, que sólo hay cuatro o cinco facinerosos con nombres y apellidos que irán a dar con sus huesos en la cárcel.
Afortunadamente esta plaga, totalmente desconocida en este país, ha sido atacada a tiempo y las previsiones de curación son relativamente optimistas. Sin embargo, existe un grave obstáculo: la falta de delincuentes similares en la historia de España complica mucho el pronóstico. Además, el hecho de que durante 40 años la luz estuviese apagada hace suponer que, si existió algún delito, nadie pudo verlo.
Pero ésta sólo es una hipótesis. Lo importante es que uno, igual que Mario Conde o Javier de la Rosa o la plana mayor del Partido Popular, pueda abrir los ojos cada día como si acabara de llegar al mundo, libre de polvo y paja, químicamente inocente. Aunque sepamos que la única inocente es la memoria, porque ella es la que recuerda a los culpables.-
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