Un Madrid hiperactivo atropelló al Barça
El equipo de Floro remontó un gol de Stoichkov y rozó la goleada

Habrá que preguntarse si el Barcelona no corrió ayer un riesgo exagerado. Un Madrid hiperactivo, con un excedente de producción ofensiva como no se recuerda en algunos meses, tuvo a su peor enemigo en disposición para recibir el tiro de gracia. Un Barcelona convencional, mediocre, anémico (elíjasela opción que se prefiera), inmerso en un debate interno sobre los límites de la autoridad de Cruyff, pudo haber dado con sus huesos ante una goleada de las que sirven de referencia. Cruyff nunca ha ganado en el Bernabéu y eso es un hecho. Como lo fue también que ayer el Madrid disfrutó e hizo disfrutar. Los madridistas cerraron la noche sin complejos, convencidos de que sus duelos particulares con el Barcelona comienzan a ser especialmente atractivos.Y justo es decir que la primera cita entre los grandes nació con malos presagios para el madridismo. Mientras los hombres de Floro trabajaban para la estadística, el Barcelona entraba en escena con todos los honores, con una eficacia que cercenaba de un golpe todo el aparataje táctico de. Floro. Tres disparos a puerta, dos córneres y una galopada de Alfonso en el primer cuarto de hora sirvieron de aperitivo para el gol de Stoichkov. La paradoja no era tal. Una pequeña dosis del juego ofensivo azulgrana resultaba mucho más letal que toda la retahíla productiva de la lenta maquinaria del Madrid. Cuarto de hora después, el balance casi alcanza la perfección. El Madrid llegaba al área y sumaba otros tantos saques de esquina, una especie de mal menor que habrá que ir desdramatizando algún día porque fabricar un córner tras otro puede convertirse en un vicio perverso. Pero, del otro lado, Laudrup inventaba un taconazo que provocaba el asombro de la concurrencia y desmontaba el artificio defensivo de su rival: la pelota llegaba dulce a Romario para que dictara sentencia definitiva. Y Romario, especialista como ninguno en juicios sumariales, destruyó la obra de arte con un grosero pelotazo. Justo ahí acabó el Barcelona. El choque tomó partido por el lado productivo del asunto.
A fuerza de ser insistente, el Madrid acabó por convencerse que de la suma de presencias en el área, lanzamientos a balón parado, saques de esquina, remates, rechaces y todo cuanto suceso sea susceptible de ser escrutado en una tablilla, terminaría sacando provecho material, léase goles. Llegó el de Alfonso y ese convencimiento se hizo pleno. Para entonces, los analistas anotaban cómo por enésima vez el buen orden táctico del Madrid confirmaba su eficacia ante el Barcelona. No sin antes señalar que Cruyff había vuelto a caer en la tentación de cambiar la decoración de su equipo en el Bernabéu; es decir, un defensa (Sergui) con la misión específica de taponar a Michel.
La reanudación vivió un derroche inusual. El Madrid se adueñó del balón y trató al Barcelona de forma impertinente, con desparpajo, olvidando pasados temores, marginándole a la mera contemplación de su juego machacón, a veces reiterativo, casi siempre premioso. El Madrid, aun con sus imperfecciones (sólo Alfonso, Luis Enrique y Prosinecki se mueven a la velocidad que demandan los tiempos) se gustaba ante el espejo. La pelota seguía los trazos del tiralíneas de Floro y desembocaba en jugadas de desigual suerte, siempre sin embargo ante la perspectiva del gol. Alcanzado el éxtasis de la sobreproducción, el público era condescendiente con los zapatazos de Lasa (sus centros dibujan una geometría errática), la monotonía del juego de Michel (todas sus acciones eran fotocopias de la misma jugada) o la falta de temple de Luis Enrique para sacar provecho de su inmejorable ímpetu. Había un ambiente de borrachera que inducía a disfrutar de lo sustancial: el Barcelona buscando refugio. Hasta pasó de largo que el árbitro tratara a Alfonso como un vulgar timador cada vez que caía en el área.
El desenlace fue justo con el Madrid aunque no generoso. Hubo caldo de cultivo para la goleada. El Bernabéu se le hace inexpugnable a Cruyff.
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