Pesimismo en verde
Algunos días se echa la niebla de modo tan fuerte sobre Valladolid que no se ven las farolas. En varias ocasiones han tenido que ser suspendidas las carreras de galgos porque no se les veía. De aquí, de esta ciudad siempre truncada, como su nunca rematada catedral, de esta ciudad estúpidamente tildada de facha son Cecilio Rubes y el señor Eloy y Mario y la Des¡ y Delibes. El escritor se cruza con ellos en el Campo Grande y por Duque de la Victoria, donde está el periódico.Toda una carga melancólica intenta abrumar la espalda del escritor, ya menos tieso, ya menos ágil. Al novelista le ha invitado un amigo para dar una vuelta por el campo este fin de semana. Quizá acepte la invitación o quizá prefiera encerrarse en Sedano, en la casona de piedra, ya montañesa, donde la madera sostiene trabajosamente la carga también melancólica de las techumbres. Al novelista le están haciendo enfrente de la casa una urbanización que le está amargando la existencia.
Si una mitad de la obra de Delibes transcurre en la ciudad de provincias, la otra mitad corresponde al campo casi siempre castellano. En Los Santos Inocentes el novelista se fue a Extremadura ya que el argumento requería latifundio y unas relaciones sociales que no se dan en el campo de Castilla la Vieja, y en El Camino la obra de Delibes mete un pico en Cantabria, que es buena medida la matriz de Castilla. En Madera de héroe se sube al barco porque se rememoran en esta novela los años de la guerra. El resto, digo, transcurre en campos de Castilla. De aquí, son El Barbas que estimaba más una buena escopeta que la prosa de Ortega y Gasset, y Daniel El Mochuelo y El Niní y el señor Cayo. Sobre estos paisajes ha escrito libros inolvidables como La casa de la perdiz roja o El libro de la casa menor o El último coto. Una escritura que salva al campo del olvido, de la extinción.
Miguel Delibes es uno de esos escasos escritores "con" territorio. Como lo fue Josep Pla, del Ampurdán. Los escritores "con" territorio se identifican hasta tal punto con ese ámbito que cuando entras en su escritura es como si estuvieras en el paisaje y cuando entras en el paisaje vas recordando la escritura. Hay algo de creador que pone el nombre a las cosas, aunque el nombre precediera al escritor y el mérito de éste haya sido salvarlo. Así que con esta compenetración y con el sentido de fidelidad que tiene Delibes no es extraño que la agonía de Castilla, lentísima y sin lucha, se trasluciera en el pesimismo crítico del escritor. Es posible que si éste hubiera sido de otra tierra no hubiera arrastrado una visión tan negra de las cosas. No le gusta que la Historia le haya dado la razón.
Delibes no cree en el fin de las ideologías. Al revés, le gustaría que se diera un rearme crítico para salvar la naturaleza y para salvar a ese tercio de ciudadanos a los que se da por fatalmente marginados y para echar una mano al Tercer Mundo. El pesimismo de Delibes tiene la lucidez que no deja de albergar una moral, una esperanza, a pesar de todo.
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