Desnudo

Esta crisis económica va a traer definitivamente el protestantismo a España. Ya habíamos desnudado muchas de nuestras iglesias para que en ellas brillara más la espiritualidad; ahora habrá que desnudar todas nuestras fábricas para que se muevan sólo por el impulso de la rentabilidad. Nos va a salvar el rigor del producto bien acabado, el trabajo convertido en una moral puritana. El que consiga una plaza de barrendero deberá dar gracias al Altísimo. Los asiáticos han aplicado la ascética del Tao a la informática y la miseria de su mano de obra es para ellos la maquinaria más productiva. La lucha comercial está planteada entre Confucio y Calvino. Para sobrevivir hay que fabricar cosas mejores y más baratas que los chinos y de este principio nacerán las guerras de religión en los próximos 30 años. No nos sirve el catolicismo para esta larga batalla. En sentido económico, el catolicismo es el enchufe mal puesto, el ejecutivo que llega tarde a una cita, la corrupción, las rogativas, los privilegios. También es catolicismo la piedad, el brillo del oro, el barroco industrial, la doble contabilidad, el despilfarro, el equipamiento anticuado, la indulgencia plenaria, el fasto, la holgazanería, la manga ancha, la mala gestión y esa forma de ganar dinero especulando a dentelladas. En cambio, el protestantismo ha fraguado en ese punto en que la avaricia se confunde con el ahorro y éste con la austeridad y ésta con la tenacidad en el trabajo que busca la perfección de uno mismo a través de la mercancía. El producto competitivo, con alta tecnología incorporada, nacido del esfuerzo meticuloso y escuetamente remunerado, será el eje en torno al cual deberá girar no sólo la economía, sino la espiritualidad. Hay que cambiar de mente: la chapuza es católica, la rentabilidad es protestante. ¿Y qué se hace con las legiones de mendigos y parados? En la trasera de las catedrales a los mendigos se les impartirá esa sopa que se llama bodrio; a los parados se les llamará excipiente de productividad.
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