Clinton fue negro
Por Madrid pasó un huracán de música negra. Mejor dicho, fueron dos, llamados Keziah Jones y George Clinton. Jones tiene 21 años, es hijo de un jefe de tribu nigeriano y acaba de publicar Blufunk is a fact, su primer disco. Clinton tiene 52 años, nació en Ohio y ha grabado recientemente The Cinderella theory, un disco que rompe cinco años de silencio gracias al interés de Prince por recuperar al veterano.La noche comenzó con Keziah Jones, que define su música como blufunk, es decir blues más funk. Magnífica definición la de un artista que ataca su guitarra con una tremenda fuerza, lanzando su mano desde medio metro con técnica slap de bajista, utilizando el dedo pulgar, y mantiene postura de bluesman de los 90. Tocando a trío junto a batería y bajo, Jones destrozó -literal y positivamente- su disco, y creó una música plena de energía, libertad y negritud. Un enorme descubrimiento.
George Clinton y Keziah Jones
George Clinton y Gary Shider (voz), Mike Hampton, Dewaye Blackbird McKnigth, Eddie Hazel y Cordell Boogie Mosson (guitarra), Joseph Amp Fiddler y David Spradley (teclados), Rodney Skeet Curtis (bajo), Dennis Chambers (batería), Greg Boyer, Greg Thomas y Rennie Cowan (metales), Leland Zales (percusión), Lige Curry, Mike Clip Payne, Ron Ford y Robert P-Nut Johnson (coros). Keziah Jones (voz, guitarra), Phil Soul (bajo), Mako Sakamoto (batería). Sala Universal Aqualung. Madrid, 11 de noviembre.
George Clinton se presentó con 18 músicos, y fue como lo que el Art Ensemble of Chicago hace con el jazz: una locura de la imaginación. La indescriptible música de Clinton puede ajustarse como un guante en un festival de jazz, en un ciclo de música contemporánea, en el pop, en el rock, en las nuevas músicas, en la vanguardia... Cualquier estilo, lugar y público acabarían rindiéndose ante un Clinton desbordante.
En realidad, su recital comenzó con una pregunta: ¿Quién era George Clinton? Porque aparecieron músicos y más músicos, y todos cantaban, todos tocaban, todos se intercambiaban funciones en una orgía que añadía al espectáculo la originalidad visual. Uno apareció con un pañal, otro con culottes de lycra; éste tocado con kefiyah y aquel casi de clown. El más alto medía dos metros y el más bajo apenas sobrepasaba la estatura de un enano. Aquello era la anarquía hecha música, mientras la sabiduría de los arreglos ponía orden. Comenzaron con dos larguísimos temas de compleja estructura, en los que los metales fraseaban por jazz, el bajo por funk, la guitarra improvisaba por heavy y una cantante recordaba por su tesitura a Aretha Franklin. Mientras, las guitarras -hasta cinco llegaron a tocar al mismo tiempo- creaban una base precisa y repetitiva, un colchón sobre el que descansaba todo lo demás. Hasta que apareció George Clinton.
Vestido a tono con la ocasión -penacho de plumas y túnica hasta los pies-, Clinton estuvo tres horas en el escenario, que se dice pronto. El. pope de la música negra que formó Parliment, su primero grupo, a mediados de los 50, dio una lección magistral de la historia de la música negra. Duro, intenso y primitivo, convirtió su actuación en una catarsis y, por una noche, Clinton fue negro.
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