Suerte

Que todos somos producto del azar, es cosa sabida. La existencia depende de un cúmulo de casualidades incalculable; nuestros trabajos, nuestros cónyuges, nuestras aficiones todo es cosa de suerte. Incluso nuestros hijos son como son de pura chiripa, de la misma manera que cada uno de nosotros es el resultado de una apoteosis de coincidencias: por qué yo y no los billones de posibilidades que encerraban los genes de mis padres. Y dado que la vida es así, talmente como una tómbola, por usar el fino símil metafísico que popularizó de niña Marisol, uno siempre lleva consigo el desasosiego de lo que te puedes estar perdiendo por estar aquí en vez de allí. Quiero decir que incluso una elección tan banal como regresar a casa en autobús en vez de andando puede tener sus consecuencias. Siempre hay cierto temor a que la suerte pase sin mirarte por la calle de al lado.Pues bien, ahora este horrible temor se me ha cumplido y acabo de perder la ocasión de mi vida. La cosa empezó cuando se me ocurrió pasarme un mes fuera de España y dejar hechos los deberes (un puñado de artículos como éste) antes de irme. Ahora regreso y me entero de que, durante mi ausencia, el PSOE ha sacado un tebeo tan deliciosamente grotesco y exorbitante que todos los columnistas se han puesto las botas; y por si esto fuera poco en cuanto a mofa y regocijo, además, el señor Boyer ha lucido su casita de guirlache en las revistas. No hay derecho: con la de años que una se ha pasado escribiendo semana tras semana sobre la gris y plúmbea realidad, y para una vez que la realidad se porta y te ofrece no una, sino dos noticias formidables, apropiadas para el lucimiento y la floritura, dos noticias, en fin, que le hubieran su puesto a una, a no dudar, la comsagración como articulista, pues hete aquí que va servidora y se las pierde. Negra suerte.
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