Tranquilos
Sigo muy de cerca el proceso electoral de EE UU porque conviene tanto saber de qué bien vas a vivir como de qué mal vas a morir. Ya se sabe, y el que no lo sepa allá él, que los presidentes de EE UU de la posguerra, salvo excepciones, han ejercido sobre todo dé public relations de la política del Imperio, y esa política tiene una lógica interna casi independiente de que el actor-presidente sea fulano o mengano. Por eso a Reagan, que era actor profesional, le salieron tan bien las cosas: recitaba mucho mejor que Nixon, por no citar ya al soso Carter, que no se sabía ni El dos de mayo (es un decir).Bajo Reagan, la prensa norteamericana más solvente temía que pudiera llegar a presidente algún día Bush, al parecer afectado por el inal de altura según esa escuela naturista sostenedora de que lo grande siempre es monstruoso y preludio de autodege neración. A. Bush se le consideraba irrelevante, un viejo niño bonito y demasiado lento de ideas. Pues ya ven. Ahora resulta. que el peligro no es Bush, sino Quayle, un vicepresidente escapado de un mal sueño americano, que rri'siquiera tiene un pasado heroico (se las ingenió para no ir a Vietnam) y recientemente demostró que no sabe escribir patata -en inglés, la primera palabra que se aprende después de my taylor is rich.
Todos temen que un día Bush se muera haciendo jogging o se le atragante una hamburguesa letal y Quayle ascienda automáticamente a la presidencia. ¿Sería más imperfecto este futuro que cualquier otro futuro imperfecto? No. Yo conflo en que si -el Dios de los yanquis no lo quiera- se produce el hecho sucesorio, Quayle estará a la altura de su papel y, con una simple conexión disimulada con una central informativa remota, no volverá a demostrar que no sabe escribir patata en inglés. De momento, Bush ya le ha marcado el programa: capitalismo salvaje y tecnoindustria annamentista.
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