Fotos no, por favor

., Cada robot se utiliza durante 100 horas antes de ser entregado al cliente", subraya el ejecutivo Shinichi Okada. "Aunque el precio inicial no es muy alto, la máquina se encarece cuando se le incorpora el equipo suplementario y las piezas de repuesto". El recorrido por las naves que han visitado los emperadores de Japón o Margaret Tatcher, cuando la dama de hierro parecía emparentarse con la robótica en la toma de decisiones políticas, tiene algo de turístico. Todo está dispuesto para admirar.
El guía anfitrión pulsa un botón y sube una cristalera para que todos veamos cómo Japón se impone en el mundo. Cuando la persiana desaparece y el ajetreo de la nueva generación de operarios versátiles y polivalentes es más precisa, se dispara una melosa voz femenina, grabada, que recita en inglés las excelencias de la camada: "Están ustedes en la planta de ensamblaje, donde la alta calidad de los circuitos (...). Están ustedes en la planta de moldes de inyección plástica (...). Están ustedes en la planta de corte por láser". En las factorías, varios vehículos -sin conductor, por supuesto- suministran la materia prima a los robots o apilan las existencias en su lugar .correspondiente. Los carritos se anuncian en los pasos peatonales con una melodía similar a las de las cajas de música, y su trazado y giros son perfectos, como corresponde a la inteligencia digital de la criatura.
En la nave central, una tela blanca de más de 50 metros de largo por tres de alto esconde lo que Okada identifica como máquinas "cuyo diseño debemos mantener oculto por deseo de nuestros clientes". No es posible conocer el perfil de los robots en preparación ni su destinatario. Secreto profesional. La inspección prosigue, pero nada se puede fotografiar excepto el robot del vestíbulo, donde el visitante puede retratarse con una máquina malencarada e inquietante. "Evidentemente, están más desarrollados que nosotros", comenta con fina ironía un miembro de la delegación española.
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