Solidaridad
De camino a casa, en el tren, un hombre se humilla ante la indiferencia de los viajeros. Este hombre se pasea por el tren contando en cada vagón su penosa situación: tiene los anticuerpos del sida Las gentes que le escuchan demuestran ignorarle: unos se esconden detras del periódico o la revista, otros continúan sus conversaciones quizá con mayor fruición, como si ello les evitase oír aquello que es inevitable escuchar...Nuevamente, en pocos días, la misma retahíla estéril de palabras. Pienso si no habrá una solución digna para estos hombres, Iibrándoles de exponerse a la humillante acción de revelar su intimidad y depender de una tacaña y mojigata caridad ajena.
Por desgracia, la mayoría de los enfermos de sida no son solventes, y su situación social se halla degradada, pues muchos se encuentran en las cárceles.
Pasado un tiempo se acerca una joven vendiendo pañuelos de papel, dice que para ganarse la vida. Con la sensibilidad ya excitada le entrego una moneda, recibiendo a cambio dos paquetes. Este gesto, por una parte, me hace sentir bien, pero al tiempo me deja cierto desasosiego, ya que no es sino una forma de caridad encubierta.
Reconozco que cuando se me acercan personas con estos problemas me siento violenta y no sé cómo actuar. No obstante, hay una cosa que sí tengo clara, y es que la caridad no resuelve sus problemas, que es un mal remedio, un pez que se muerde la cola.-
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