El anacronismo rumano
EL CONGRESO del Partido Comunista de Rumanía que se inauguró ayer ofrece la imagen perfecta de un pasado en trance de desaparición en otros países de Europa oriental. Todo lo ocurrido en la sala del congreso: el informe de cinco horas de Ceaucescu, las reiteradas ovaciones, los himnos, las banderas, representa un mundo artificial que nada tiene que ver ni con la trágica realidad de un país miserable y desabastecido ni con una Europa en acelerado proceso de cambios.A pesar de que el congreso estaba prefabricado para dar una sensación de unidad, los hechos discurren por cauces muy distintos. El desastre económico, los efectos calamitosos de los planes del máximo líder -como el de reagrupar las aldeas en centros urbanos-, han creado un descontento que penetra en el propio aparato del partido. Muchos rumanos se han unido al éxodo de la minoría húngara de Transfivania hacia su país de origen. Incluso entre los íntimos de Ceaucescu, colocados por éste en puestos de alta dirección, se observan gestos dirigidos a tomar sus distancias de un régimen odiado. Las destituciones de ministros y altos cargos que han tenido lugar en vísperas del congreso reflejan el deseo de Ceaucescu de buscar chivos expiatorios para sus fracasos. Pero existe, al núsino tiempo, en los círculos del poder un ambiente de "fin de reino", de sospechas generalizadas y de pesimismo. Y aumenta el número de los que prefieren abandonar el barco antes de que se hunda.
De la interminable perorata del máximo líder, lo que aparece más claro es su voluntad de convertir a Rumanía en una isla: una isla del socialismo "puro y duro", que semeja más a los fascismos totalitarios de antaño. Propósito completamente imposible. Rumanía no es Albania, un pequeño país que puede mantenerse en sus montañas casi sin relación con el exterior. Rumanía tiene una historia y una cultura ancladas en Europa, con unas raíces latinas que el propio Ceaucescu invocó en otras épocas, cuando hacía pinitos de heterodoxia nacionalista. Los rumanos no merecen quedar encerrados en una fortaleza impermeable a los aires que corren por Europa.
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