Chapuceros
Siempre habíamos creído hasta ahora que todo aquello que venía del cielo era porque nos lo merecíamos, desde el rayo hasta la lluvia, desde la bomba a las cigúeñas. Un día, el cielo se llenó de palabras y de cine y nos entrenamos para ver otros mundos sin movemos de nuestro sillón de orejas. Con la televisión el hombre empezó a acostarse un poco menos solo, aprendió a cenar con el planeta y acumuló conversación para las salas de espera. La pantalla cuadrada enseñó a mucha gente que la Tierra era redonda. Manipulada tal vez, pero redonda e infinita.Pero resulta que en Valencia el cielo está enladrillado y las palabras de las televisiones vecinas parecen últimamente más peligrosas que las jacas gaditanas con peste equina. La historia es que desde hace tiempo algunos centenares de miles de ciudadanos valencianos miraron hacia el norte y decidieron montarse su propia conexión con una televisión distinta hablada en catalán. Probablemente ni mejor ni peor que la otra, pero distinta y cercana, que les advertía de las lluvias y los vientos y les hablaba también de sus gentes y de sus cosas. Pues eso, que esos ciudadanos se rascaron el bolsillo para tener el emocionante derecho de escoger, que como derecho no está nada mal.
Pero el miedo del poder a la palabra ha acabado con esa posibilidad. La nueva televisión autonómica valenciana ha ido a ocupar precisarnente la misma frecuencia que usaban los esforzados telespectadores de peaje. Podrán recibir imágenes de Neptuno, pero jamás de Barcelona. Y el ministro de la cosa se siente satisfecho de estar vertebrando el país. Ganas de incordiar o simple nostalgia de Barrionuevo por el orden público. En opinión de esos parceladores del cielo, la vertebración del país grande sólo se entiende como la destrucción de las pequeñas diferencias que lo habitan. En este terror cerval del Estado a las palabras libres suele estar la gran debilidad de los supuestos demócratas. Cerrajeros del Cielo y la chapuza que al señalar la Luna se limitan a mirar su propio dedo.
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