Un bravo toro de Los Guateles
Joaquin Vidal, Salió ayer, al fin, el toro bravo y era de Los Guateles. preciosidad de toro, gloria de bravura durante toda la lidia, hasta que rindió su vida en el centro del redondel, aún pidiendo pelea. tomó un puyazo interminable recargando en el peto con fijeza absoluta, sin soltar para nada las astas de su presa, y ni al coleo que le hicieron los peones dejó de combatir. Volvió a entregarse en el siguiente, y no hubo más castigo, habida cuenta del voleteretón que pegó cuando rompía su codiciosa embestida en el capote que le echó abajo antoñete.
En el último tercio acudía alegre al primer cite, desde cualquier distancia, a tranco ligerito, para tomar el engaño humillado, fijo, suave, al ritmo que le quisiera marcar el torero. sólo que el torero -Antoñete, maestro siempre- no tenía ritmo, o no lo tenía en punto de armonía.
Guateles / Antoñete, Manzanares, Esplá
Toros de Los Guateles, terciados, desiguales de presencia y juego, 2º sospechoso de pitones, 4º muy bravo y noble. Antoñete: estocada trasera tendida (algunas palmas y pitosy, media atravesada tendida y cuatro descabellos (más protestas que aplausos).Manzanares: pinchazo, rueda de peones y estocada corta (silencio); dos pinchazos, estocada corta ladeada, rueda de peones y descabello -aviso con retraso- (silencio). luis francisco esplá: estocada corta atravesada y dos descabellos (silencio); pinchazo hondo ladeado, media y descabello (aplausos). Se guardó un minuto de silencio con motivo del aniversario de la muerte de Joselito hace 68 años. Plaza de Las Ventas, 16 de mayo. Cuarta corrida de feria.
Antoñete, maestro siempre, coje ese toro un tiempo atrás, y vuelve a ascender con él a los cielos. pero ayer era tiempo adelante, el que no perdona, y le llevaba a los infiernos haberse encontrado con el toro de sus sueños, y no poderlo torear. Mejor fortuna habría sido para Antoñete si le sale un barrabás. El barrabás habría justificado sus indecisiones y sus sobresaltos, la alborotada alteración de su ritmo torero, y la imagen de su impotencia no hubiera regado a ser patética.
Esa imagen aún fue más patética cuando Antoñete recuperó fugazmente el pulso, bajó la mano y embarcó la dulce embestida con la cadenciosa facilidad de su maestría, pues ni la conmoción que causó aquel par de pases, ni el apoyo incondicional de su público, ni la consecución del arte en plenitud, le valieron para remontar el ánimo, dominar la situación, hacer honor al gran toro que una fortuna equívoca le había cruzado en el dorado otoño de su vida.
En aquella confrontación abierta con el toro noble, el maestro hubo de resignarse a perder, pero también es cierto que lo hizo con dignidad, fue fiel en todo momento a su personalidad y a los canones de la tauromaquia. Toreros como Antoñete son grandes -lo serán siempre- porque no saben -no quieren- torear mal, y prefieren aceptar el fracaso con todas sus consecuencias a falsear el toreo con trucos para la galería. Antoñete planteaba el toreo clásico citaba de largo, y trastabillaba aturdido por la embestida que se le cernía temible, antes que fingir ligazones cediendo vergonzantemente terreno.
Manzanares procedió así: fingía. Fuera de cacho al citar, pico de la muleta para embarcar con alivio, y a la del remate, se quitaba precipitadamente de allí. Su adulterada manera de ejecutar las suertes hay quienes la ven finísima, y quizá lo sea, pero el toreo es un ejercicio distinto, que conforman hondura y dramatisco. Por eso es tan arriesgado y tan difícil.
La afición de Madrid distingue perfectamente esta ley -se la ha visto a muchos maestros por eso sabe y exige- y a Manzanares le decía lo que le tenía que decir. La afición de Madrid le jaleó olés a Antoñete por tres estupendas verónicas y media ceñida y dos ayudados por bajo en su primer toro, y le silbó todo lo demás. No tiene partidismos la afición de Madrid. Y lo mismo que aplaudió a Esplá la buena lidia, su torería en los tercios de banderillas, unos derechazos de frente al sexto de la tarde, contempló con indiferencia su árido trasteo al tercero, y le reprochó que enseñara al peón Rondeño cómo se corre un toro a una mano, que efectivamente es como hizo, pero las reprimendas deben ser en privado.
La afición de Madrid, conoce también el trapío, y pues ni un rabo de boina se le da cuanto pese el toro, admiró la seria estampa del bravísimo salpicao de Los Guateles, aunque sólo rebasaba en tres kilitos el peso reglamentario. Y ni aún esos tendría cuando saltó a la arena, s¡ estuvo a dieta y si evacuó cagallón. Que los toros evacuan cagallón abundante y espeso, plasta inmensa capaz de sepultar en la miseria a un gato de regular tamaño, si lo pillan debajo, entre corvejones.
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