Tablas en el Golfo
LA TENSIÓN en el golfo Pérsico, que no ha empeorado visiblemente en los últimos días pese a los peligros para la navegación en forma de minas, diríase que ha servido bien a los intereses de todos sus protagonistas, al mantenerse en el terreno de las fintas, las amenazas y el intento de obtener ventajas diplomáticas.Las marchas y contramarchas de los petroleros escoltados por la flota norteamericana arriba y abajo del estrecho de Ormuz han servido para que el precio del crudo acusara el nerviosismo alcista que los consumidores del mundo entero tan bien conocen, para beneficio de los países productores y de las grandes compañías norteamericanas; la presión de los buques de guerra occidentales, franceses y británicos, además de estadounidenses, ha permitido al régimen iraní recuperar la cara de radicalismo que la compra de armamento a Washington y Tel Aviv había deslucido considerablemente, al módico precio de unas cuantas declaraciones tonitronantes y unas maniobras de lanchas presuntamente suicidas, siempre cerca de la propia orilla; Estados Unidos, aunque sometido al fuego de la crítica ultraconservadora por amagar y no dar, y por la liberal por el temor de que el golpe acabe propinándose, ha permitido mostrar una cierta recuperación de la iniciativa en defensa de la libertad de navegación en aguas internacionales; finalmente, Irak ha dado por bien venida esa presión occidental, porque nadie duda que estaba dirigida contra Teherán.
La disposición, sin embargo, del Reino Unido y Francia, por una parte, de acceder a la petición norteamericana de sumarse a la operación de limpieza de minas en el Pérsico, el anuncio iraquí, por la otra, de que pone fin a la tregua en los ataques aeronavales en el Golfo, y de los propios irartíes, por último, para proceder al desminado de las aguas, apuntan, en lugar de a un repunte de la tensión, a que todos dan la fiesta momentáneamente por terminada. A partir de ahora es probable que Bagdad elija cuidadosamente los objetivos navales de su aviación para no correr el riesgo de figurar, como ocurrió con el ataque a la fragata norteamericana Stark, como agresor a los ojos de Occidente, e Irán no dará ningún motivo para que los buques occidentales permanezcan un minuto más de lo necesario en esas aguas. Por lo que respecta a Francia y el Reino Unido, cabe poca duda de que eso es lo que están deseando hacer, y a Estados Unidos le va a ser difícil permanecer indefinidamente en el Golfo sin otro objetivo conocido que el de seguir estando.
Irán desea más que nadie que se congelen las operaciones militares en estas aguas, como ha demostrado con su respuesta a la resolución del Consejo de Seguridad de la ONU pidiendo un alto el fuego. Si bien Teherán no ha respondido de una manera activamente favorable al acuerdo, puesto que sigue exigiendo la desaparición del presidente iraquí Sadam Hussein para acceder a la paz, sí ha ofrecido garantías de que la navegación comercial no será molestada, a condición de que la armada occidental se vuelva por donde han venido. Irak bombea su petróleo por tierra, por lo que está fuera del alcance de la exigua flota áerea iraní, y Teherán ya tiene bastantes problemas para atacar a los convoyes de los virtuales aliados de Irak, Arabia Saudí y Kuwait, que, junto con Irán, utilizan la vía de agua para sus exportaciones.
El minado del Golfo, presumiblemente por Irán, fue una operación defensiva y, si aliviada la tensión desaparece la amenaza cristiana de sus costas, Teherán no perderá nada con contribuir a la eliminación de las minas, propias o ajenas. La guerra en tierra y la pugna general diplomática permanecen, mientras el conato de acción en el Golfo se liquida, tras una situación de tablas, de la que nadie está descontento.
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