La batalla
Nadie discute hoy que se deba adelgazar. Nadie excepto aquellos a quienes flaquea la voluntad de ayunar o aquellos que, como condenados, chapotean en los pantanos de la obesidad y ven su redención inalcanzable.El problema de adelgazar hace poco que traspasó los campos de la salud, primero, y el de la estética más tarde, para llegar al momento revolucionario actual. En tanto el asunto se encontraba en esos ámbitos seguía perteneciendo a la esfera privada. La dietética era una confinada relación del paciente con el médico, del metabolismo con el cuerpo y de las ganas de comer con la silueta. Pero lo profundamente revolucionario es el actual proceso de colectivización del adelgazamiento. Es decir, la revisión practicada sobre el instinto de comer y a partir de cuya revisión se cede una parte importante del placer individual de la mesa en beneficio de la conquista social del tipo. Una meta socializante que ya llega hasta las capas poblacionales más bajas.
Hoy en día, ante la grasa superflua, los kilos de más, nadie está desprotegido. Los avances de la física, de la fisiología hormonal o de la bioquímica, se hallan prestos para que los ciudadanos afronten los riesgos de ganar peso. Las variaciones de la medicina alternativa o convencional, la cirugía, la psicología o la tecnología colaboran en esta gran batalla. Individuo a individuo, mediante el seguimiento de orientaciones precisas, o grupos de individuos trabajando en centros adecuados viven día a día en acción. Pero vastas asociaciones como los weightwalchers, o guardianes del peso, se encargan además en Estados Unidos y en Europa de la vigilancia profesionalizada. En verdad, pocos asedios contra la humanidad han despertado una reacción más organizada y unánime. En la pugna contra la obesidad se borran las edades, los sexos, las nacionalidades, y ser delgado o gordo es al fin lo decisivo. Cayeron las antiguas utopías, pero quedan por censar las nuevas. He aquí, pues, cómo al ideal patriótico, al ideal de clase, se impone hoy la idea del peso ideal.
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