Exceso y exageración
Una cosa es el exceso -de la utilización mesurada de la desmesura se alimenta una buena parte del mejor cine- y otra la exageración, que sólo es una caricatura externa y opaca del exceso.La estanquera de Vallecas es una película que pone a las claras la verdad de esta diferencia. Pese a que lo quieren buscar de manera ostensible, sus autores no encuentran el camino del exceso, y a cambio de este extravío llenan la pantalla de exageraciones caricaturescas que destruyen poco a poco la credibilidad del relato.
Con frecuencia se le ven a su director las intenciones de hacer farsa y de desmelenarse, pero, paradójicamente, este desmelenamiento, al frustrarse, se le vuelve lo contrario: timidez. Por ejemplo, en las escenas violentas ralentizadas. Quiere el filme contar un suceso estridente y crispado y lo convierte, por falta de energía en las maneras y la organización del relato, en un hecho de características opuestas a las buscadas: flojo, casi blando.
La estanquera de Vallecas
Director: Eloy de la Iglesia. Guión: Alonso de Santos, Gonzalo Goicoechea y Eloy de la Iglesia, según la obra teatral del mismo título, original de Alonso de Santos. Fotografía: Manuel Rojas. Música: Patxi Andión. Producción: Ángel Huete. Española, 1986. Intérpretes: Emma Penella, José Luis Gómez, José Luis Manzano, Maribel Verdú, Fernando Guillén, Antonio Gamero, Antonio Iranzo, Simón Andreu, Jesús Puente, Tina Sainz. Estreno en Madrid: cines Proyecciones y La Vaguada.
Es éste el fallo más evidente de la película, que, no obstante, tiene otros más ocultos y no menos importantes. El primero es la deficiente graduación de la intriga, que se desinfla prematuramente y arrastra consigo hacia abajo el interés ganado por la trama en la primera mitad del filme, de tal manera que este interés se va desvaneciendo poco a poco y al final la película acaba pareciéndose a una historia mal vertebrada y sin punta de crecimiento.
Dentro y fuera
Y el segundo es la falta de conexión, es decir, de un buen engarce orgánico entre los dos escenarios en los que discurre el asunto: por un lado, el interior de un estanco donde dos rateros mantienen como rehenes a la estanquera y su sobrina, y, por otro, el exterior de este estanco, la plaza donde hormiguea un carnaval de vecinos, policías y políticos, que están allí unos para rescatar a las mujeres, otros para verlo y los terceros para sacar tajada electoral del tinglado.Si el primer error es una deficiencia en la ordenación de la historia, es decir, una deficiencia de construcción del guión, el segundo lo es de representación o de puesta en escena, pues abre una brecha de ritmo y de calidades entre el dentro y el fuera, entre los dos polos de un suceso único que nunca llega a estar representado unitariamente. La parte de la película que ocurre fuera del estanco es mucho menos convincente que la que discurre dentro. Las dos acciones no sólo no se complementan, sino que se obstaculizan, e incluso los personajes de uno y de otro escenario se comportan como si estuvieran en películas distintas.
Sin embargo, La estanquera de Vallecas se sostiene e incluso llega a alcanzar escenas divertidas gracias a la eficacia de los cinco actores -Emma Penella, José Luis Gómez, Maribel Verdú, José Luis Manzano y Fernando Guillén, en especial los tres primeros- que cargan con la parte del interior del estanco.
Cuando la cámara entra en ese estanco, la película sube de tono, para bajar bruscamente cuando sale de él y pretende, sin conseguirlo, contar qué está pasando fuera. De ahí la sensación de arritmia que invade a toda la película. Sin ser buen cine, lo que ocurre entre las estanqueras y sus secuestradores se recibe como un respiro, dada la torpeza, el barullo y la insipidez que reinan en la otra acción paralela.
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