Asturianos en Madrid

En alguna ocasión he comentado cómo el régimen autonómico ha tenido positivas consecuencias para las orquestas españolas, salvo excepciones tan inexplicables como la de Barcelona. La semana pasada nos referimos a la calidad real de la Sinfónica de Tenerife; esta vez corresponde a la de Asturias (la empresa casi sidiana de Angel Muñiz Toca durante muchos años), que, en unión del coro de la Fundación del Principado de Asturias, actuaron el domingo al mediodía en el Palacio de Congresos, de Madrid.Alberto Giménez Attenelle, el último discípulo de Frank Marshall en Barcelona, es un pianista de rara musicalidad. Su tercer concierto beethoveniano nos llegó como un mensaje clásico vienés empeñado en saltar las bardas de su época para ingresar en la expresión romántica tan honda ya en el tiempo lento. Belleza sonora, preciosismo de linea, lirismo comedido, sin caer en lo que el público suele denominar frialdad, se unieron en unos resultados tan bellos que provocaron larguísimas ovaciones. El trabajo del director Sabas CalviIlo, músico de recto criterio, hizo posible la redondez de la versión.

Un coro de poco más de 40 voces bien conjuntadas y afinadas, con la colaboración de los solistas María José Sánchez, soprano; Tomás Cabrera, tenor, y Francisco Valls, barítono, lograron una traducción natural, expresiva, profundamente religiosa y, a la vez, dotada de una especial alegría, de la misa en sol de Schubert. Música lograda con los mínimos elementos y la menos visible ciencia profesoral, arrancada de la misma sustancia lírica de lied, según lo entendió su gran creador, tuvo una interpretación concebida en su totalidad y en la que cada una de las partes se impostaba con firmeza v libertad en el pensamiento musical general.