Enfermos
En el último número de la revista El Paseante, el doctor Oliver Sacks publica dos "cuentos clínicos". Se trata de narraciones en las que el protagonista es un enfermo o su enfermedad o, mejor que nada, la relación del paciente con su dolencia. Aunque con precedentes, el género ha sido hasta el momento poco atendido y, en todo caso, casi confinado al mundo médico. Luria denominaba a este ejercicio "ciencia romántica", y constituye una forma de literatura con paradigmas.No se trata aquí de evocar las mismas ventajas que Sacks, interesado en la patología, descubre en esos textos. Los relatos sobre la enfermedad, a cargo no ya de los doctores, sino de los propios enfermos, son una de las más altas reivindicaciones que los seres humanos tienen pendiente. Cualquiera puede ser, escuchado cuando habla de casi cualquiera de sus desgracias. Pero es, sin embargo, muy temible el tipo que comienza a enunciar una parte de sus achaques. La pobreza en los lenguajes sobre el dolor o sobre las múltiples sensaciones que un cuerpo enfermo hace saber a su víctima y sólo a ella refleja esta censura y configura, de paso, un ámbito de decepción y aislamiento incomparables. El enfermo carece de habla, y ni siquiera cuando es requerido a describir su mal se le atribuye competencia bastante. En general, el enfermo es tomado por un ser imperfecto e ignorante justo en el mismo acto de presentarse como enfermo. Los datos que ofrece serán tomados como informaciones brutas y, en ocasiones, recibidos con un recelo policial que terminará al fin descalificándolos. Por lo general, en el sobreentendimiento médico, el enfermo "cree sentir", pero a efectos clínicos es dudoso que acierte a expresar lo que siente.
Desautorizado para comunicar el dolor, privado del consuelo de transmitir los importantes argumentos que le habitan, el paciente vive su enfermedad como una doble y desproporcionada condena. Exactamente, al clamoroso misterio del cuerpo enfermo se suma la maldición de guardar su decisiva experiencia como un secreto.
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