Dos películas para una triste despedida
Venecia 86 pasará a la historia como una edición mediocre, en la que se han dado cita algunas buenas películas pero ninguna excepcional, en la que el conjunto ha estado temáticamente dominado por las historias de tormentosas relaciones entre hijos y padres y por la evidente necesidad de replantear la dicotomía entre cine de autor y cine comercial.La prueba más flagrante de esto la han proporcionado las dos últimas proyecciones de la selección oficial. EI húngaro Peter Gothar ha decepcionado a todo el mundo con una penosa comedia antiburocrática -Ido Van- y Mike Nichols ha hecho lo mismo con otra comedia, Heartburn, que tiene la elegancia de una apisonadora y la justeza de tono de una canción de Siniestro Total. Jack Nichobon y Meryl Streep componen una pareja protagonista especialmente odiosa, empeñada en convertir en categoría lo que es anécdota, perdido él en el gusto por la grosería injustificada y liada ella en hacer un panfleto feminista de un comportamiento estúpido. A destacar la fotografia de Néstor Almendros, que tiene el realismo sórdido que corresponde al producto.
Marginada de la selección oficial por haber competido en Montreal, Le paltoquet, de Michel Deville, es un ejercicio de estilo brillante rodado con actores conocidísimos -Piccoli, Leotard, Bohringer, Yamne Fanny Ardant, o Jeanne Moreau- que no han querido venir a Venecia, excepción hecha de la Moreau, para expresar su protesta por un trato que consideran discriminatorio respecto a Room with a wiew. Se trata de un juego sobre las convenciones del cine policiaco, tratado en clave teatral y en un inestable equilibrio entre lo sublime y lo ridículo.
El balance, para el cine español, no es malo. Tener dos títulos en la selección oficial ya es un éxito, y el premio a Littin, dada la intervención de TVE, en algo afecta a España. La acogida crítica para Werther ha sido buena y más discreta para El hermano bastardo de Dios, que, sin embargo, también ha tenido buenos comentarios, como el de Guglielmo Biraghi en Il Messaggero, el de Borelli en L'Unità o Kezich en Repubblica. Todos ellos, sin embargo, se quejan de la monótona reiteración con que el cine español trata la guerra civil, queja comprensible sólo en parte, dado que la selección del filme y, por tanto, del tema, corresponde al festival.
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