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Tribuna
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Alberto Alcocer

Es Madrid, pero pudiera ser Berlín, Chicago, Barcelona o quizá una de esas orgullosas avenidas que dan una falsa impresión de prosperidad a escasos metros de la miseria y el hacinamiento en algunas capitales del Tercer Mundo. Impersonal, ecléctica, cosmopolita, Alberto Alcocer es una avenida intercambiable, multiluso.Únicamente los gitanos,que acechan a los pulcros compradores de delikatessen que salen de Mallorca, dan la nota racial en este entorno de restaurantes caros, top-less discretos, cajeros automáticos y edificios de apartamentos.

La renta semanal traza un puente entre la provisionalidad de los hoteles y la estabilidad del hogar. En estos edificios pulula siempre una fauna huidiza que no gusta de hacer amistades en casa porque sabe que esta vivienda no es más que un escalón o una madriguera. Aspirantes al triunfo metropolitano en todas las categorías, secretarias enamoradizas, buscadores de fortuna, prostitutas de lujo, vendedores agresivos recién ascendidos y hombres de negocios en trance de reconversión se entrecruzan en los silenciosos ascensores.

Corea

Hay un parque aséptico con un monumento raquítico y una iglesia moderna; es un parque pequeño, que sólo acredita su calidad de tal cuando lo habitan los niños Y los perros, los jubilados y las niñeras.

Geográficamente se encuadra esta moderna calle en lo que fuera barrio de Corea, territorio colonizado por los yanquis en los años cincuenta, un barrio permisivo y golfo, noctámbulo y proclive al contubernio amoroso bajo los auspicios del doctor Fleming, que alivió de los males venéreos a las profesionales del sector y del padre Damián, apóstol de Molokai.

Hoy, aunque en las entrañas del Eurobuilding aún subsista cierto ajetreo alrededor de los viajeros de paso, la alegre cofradía nocturna se ha desplazado,a la orilla izquierda de la Castellana, a la zona de Capitán Haya.

Alberto Alcocer es una avenida respetable en la que abundan los establecimientos bancarios, las boutiques caras, los comedores de lujo y las boîtes acolchadas.

Los top-less tienen reclamos discretos, sofás estilo chester, luces suaves y señoritas que hablan en voz baja y hacen todo lo posible por obrar con naturalidad mientras los ojos de los encorbatados clientes se pasean subrepticiamente por su anatomía y comienzan a sudades las palmas de las manos.

Un burger enorme se anuncia con un coche americano, un haiga, empotrado en su pórtico. En el inmenso garaje que atienden camareras con atuendo deportivo se erige un auténtico museo del kitsch, una motocicleta Harley Davidson junto a un tigre disecado, un oso polar, un busto de Kennedy y una estatua de Buda, una cabina telefónica de Londres y una ampliación de la moneda de oro surafricana krugerrand como blasón improvisado, una colección de guitarras eléctricas, banderines de rugby y un vertiginoso reloj cuyas agujas giran enloquecidamente. Como colofón, la frase "Salvad el planeta", en inglés, sobre el muro del fondo, sorprende a los comedores de hamburguesas triples y mazorcas de maíz. Todo parece hecho a escala de una raza más grande, atlética, ingenua y capaz de borrar de la superficie terrestre sin perder la sonrisa a todos los que se oponen a ser salvados por ellos, los únicos libertadores homologados.

Gastronomía variada

Por supuesto, también existen en Alberto Alcocer otras ofertas gastronómicas: un restaurante chino con aires de pagoda, una legítima trattoria italiana, un sofisticado restaurante francés, un recio bodegón vasconavarro, una cervecería alemana y un selecto mesón andaluz.

Hay pubs especializados en música suramericana y café irlandés, bares con piano y antros selectos con portero uniformado que puede pasar del más exagerado servilismo al autoritarismo sin contemplaciones con sólo echar una ojeada a los zapatos del posible cliente.

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